Uno de los secretos mejor guardados de este presente distópico es el contenido de las vacunas. Millones de personas están siendo inoculadas en todo el mundo con “una sustancia secreta” que nadie de la oficialidad ha explicado. Amparados en la confidencialidad de las patentes, han privado a la sociedad del derecho a saber el contenido de los viales. Estamos siendo tratados como animales estabulados.
Lo incomprensible es la dejadez del colectivo humano, convertido en manada.
No deja de ser llamativo, en una sociedad que ha dejado de creer en casi todo, que millones de personas profesen una fe ciega e incuestionable a una OMS corrupta, dirigida por personajes amorales; fe ciega en unos emporios farmacéuticos que no buscan el bien de la humanidad; fe ciega en unos profesionales de la medicina con serios conflictos de intereses; fe ciega en unos Colegios de médicos más tendentes a la obediencia al sistema que a permitir que sus colegiados pongan en práctica métodos de curación alternativos para salvar vidas; fe ciega en unos políticos psicópatas que obedecen órdenes; y fe ciega en unos medios de comunicación completamente vendidos a la gran mentira global.
Que el engranaje de todo esto funcione sin ser cuestionado, y que el ciudadano sea un ente pasivo dispuesto a tragar cualquier consigna lanzada por los medios, indica la fase avanzada de un atontamiento progresivo que empezó hace décadas. No estamos hablando de una masa de seres analfabetos, sino de una sociedad durmiente e irracional que no ha desarrollado la perspicacia ni el discernimiento y acepta cualquier patraña proveniente del papá Estado y sus tentáculos. Por eso extiende los brazos tan alegremente para el sacrificio o permite que los hisopos de las PCR atraviesen sus canales nasofaríngeos hasta la barrera hematoencefálica, sin un atisbo de preocupación.
Millones de personas ya han recibido dos dosis, y algunas ya van por la tercera. ¿Cómo es posible que acepten “algo” llamado vacuna, que los expertos dicen que es innecesario y que, además, no inmuniza? Pero la manipulación es tan profunda, que los pobres covidianos autómatas repiten el mantra lanzado por los participantes en el negocio: “no inmuniza, pero si me da, me da más suave”. Decepcionante e increíble. ¿Cómo es posible que una compañera de trabajo de 38 años, sana sanísima, fallezca al día siguiente de haberle inoculado la vacuna, y no se hagan preguntas e incluso se tape la información? Esto ocurrió en un medio de comunicación nacional vacunófilo y covidiano tragacionista en extremo, que se permite, además, el lujo de criticar y juzgar a quienes optan por no vacunarse, porque están en su derecho. No olvidemos que, de momento, según la Ley de Autonomía del paciente, la vacunación es voluntaria, lo mismo que aceptar o denegar cualquier otro tratamiento médico. ¿Cómo seres pensantes pueden creer en el factor “coincidencia”, diseñado por las farmacéuticas que han exigido inmunidad ante las muertes y los efectos adversos graves?
Hay que destacar que ninguno de los vacunados ha sido informado sobre los componentes del vial, que no ha firmado el consentimiento informado preceptivo y que la vacuna no ha sido prescrita por un médico, tal como señala el protocolo. (Hemos sabido que esto se lleva incumpliendo hace años con la vacuna de la gripe). Casi nada en esta mal llamada pandemia –yo prefiero llamarle crisis geopolítica— funciona de manera legal, como ya se está viendo en las diferentes sentencias judiciales.
Todas las medidas tomadas han causado daños irreparables en diferentes ámbitos, y ningún beneficio. Sobre todo, no han evitado muertes. Juan Gervás, todo un referente, apunta en su última artículo que la cifra de muertes covid entre los vacunados es superior a la de los no vacunados. Sin embargo, no paran de inventar variantes para justificar los efectos adversos.
La investigación sobre el contenido de los viales continúa –a espaldas de la oficialidad— y está revelando datos tan alarmantes y surrealistas que casi causa rubor hablar de ello. Por un lado, el denostado óxido de grafeno, de cuya investigación definitiva realizada por el científico Pablo Campra Madrid hablaremos en un próximo artículo. En este vamos a ceñirnos a la investigación del doctor De Benito, dada a conocer hace unos días en un informe traducido a varios idiomas, que acaba de enviar a diversos organismos internacionales que investigan sobre las más que misteriosas vacunas. El estudio pone de manifiesto la aparición de determinados códigos provenientes de los vacunados, que aparecen en el bluetooth de los teléfonos móviles. Tal cual, por escalofriante que parezca.
Cuando hace unos meses nos empezaron a llegar noticias sobre esto, nos pareció tan delirante que optamos por dejarlas en el cajón hasta tener más datos. Ni siquiera hicimos una investigación somera, como sí habíamos hecho cuando empezó el fenómeno de los “brazos imantados”, una anomalía ante la cual no sabíamos cómo actuar.
El doctor De Benito realizó la investigación este verano, en los meses de julio y agosto. Aunque dentro de la ortodoxia, fue muy crítico con la versión oficial desde el inicio de la pandemia. Confiesa que le costó hacer el estudio sobre los códigos de los vacunados, que aparecen en el bluetooth, y publicarlo porque, en cierta manera, no pertenece al ámbito sanitario. Le han aconsejado no entrar en estos berenjenales para no perder credibilidad, dado que creó su canal para informar sobre la pandemia, estado de las ucis, contagios, etcétera. Pero hace tiempo que asegura que la pandemia terminó y que no existe ninguna crisis sanitaria, sino política, y que esto terminará cuando los políticos decidan. Así de claro. Dice que se siente obligado moralmente a compartir lo que ha descubierto y reconoce que el fin de todo esto es el control y la restricción de libertades a los seres humanos.
«Si desde el punto de vista médico no existe ninguna necesidad de administrar ninguna medida preventiva –dudosamente preventiva—, para una enfermedad con una letalidad del 2 por mil, ¿por qué tanta insistencia en que todo el mundo se inocule –con motivo o sin él—, e incluso se obligue también a que la reciban quienes no desean pincharse? Si he constatado que me enfrento a la enfermedad, y no enfermo, ¿qué me va a dar a mí la vacuna que no tenga yo ya? De esta reflexión surgió este experimento, fruto de la casualidad, porque tengo un teléfono móvil chino un Huawei Honor 8, y me pasé el verano trabajando en un hospital aislado del mundo, o de casi todo el mundo.
Que el engranaje de todo esto funcione sin ser cuestionado, y que el ciudadano sea un ente pasivo dispuesto a tragar cualquier consigna lanzada por los medios, indica la fase avanzada de un atontamiento progresivo que empezó hace décadas. No estamos hablando de una masa de seres analfabetos, sino de una sociedad durmiente e irracional que no ha desarrollado la perspicacia ni el discernimiento y acepta cualquier patraña proveniente del papá Estado y sus tentáculos. Por eso extiende los brazos tan alegremente para el sacrificio o permite que los hisopos de las PCR atraviesen sus canales nasofaríngeos hasta la barrera hematoencefálica, sin un atisbo de preocupación.
Millones de personas ya han recibido dos dosis, y algunas ya van por la tercera. ¿Cómo es posible que acepten “algo” llamado vacuna, que los expertos dicen que es innecesario y que, además, no inmuniza? Pero la manipulación es tan profunda, que los pobres covidianos autómatas repiten el mantra lanzado por los participantes en el negocio: “no inmuniza, pero si me da, me da más suave”. Decepcionante e increíble. ¿Cómo es posible que una compañera de trabajo de 38 años, sana sanísima, fallezca al día siguiente de haberle inoculado la vacuna, y no se hagan preguntas e incluso se tape la información? Esto ocurrió en un medio de comunicación nacional vacunófilo y covidiano tragacionista en extremo, que se permite, además, el lujo de criticar y juzgar a quienes optan por no vacunarse, porque están en su derecho. No olvidemos que, de momento, según la Ley de Autonomía del paciente, la vacunación es voluntaria, lo mismo que aceptar o denegar cualquier otro tratamiento médico. ¿Cómo seres pensantes pueden creer en el factor “coincidencia”, diseñado por las farmacéuticas que han exigido inmunidad ante las muertes y los efectos adversos graves?
Hay que destacar que ninguno de los vacunados ha sido informado sobre los componentes del vial, que no ha firmado el consentimiento informado preceptivo y que la vacuna no ha sido prescrita por un médico, tal como señala el protocolo. (Hemos sabido que esto se lleva incumpliendo hace años con la vacuna de la gripe). Casi nada en esta mal llamada pandemia –yo prefiero llamarle crisis geopolítica— funciona de manera legal, como ya se está viendo en las diferentes sentencias judiciales.
Todas las medidas tomadas han causado daños irreparables en diferentes ámbitos, y ningún beneficio. Sobre todo, no han evitado muertes. Juan Gervás, todo un referente, apunta en su última artículo que la cifra de muertes covid entre los vacunados es superior a la de los no vacunados. Sin embargo, no paran de inventar variantes para justificar los efectos adversos.
La investigación sobre el contenido de los viales continúa –a espaldas de la oficialidad— y está revelando datos tan alarmantes y surrealistas que casi causa rubor hablar de ello. Por un lado, el denostado óxido de grafeno, de cuya investigación definitiva realizada por el científico Pablo Campra Madrid hablaremos en un próximo artículo. En este vamos a ceñirnos a la investigación del doctor De Benito, dada a conocer hace unos días en un informe traducido a varios idiomas, que acaba de enviar a diversos organismos internacionales que investigan sobre las más que misteriosas vacunas. El estudio pone de manifiesto la aparición de determinados códigos provenientes de los vacunados, que aparecen en el bluetooth de los teléfonos móviles. Tal cual, por escalofriante que parezca.
Cuando hace unos meses nos empezaron a llegar noticias sobre esto, nos pareció tan delirante que optamos por dejarlas en el cajón hasta tener más datos. Ni siquiera hicimos una investigación somera, como sí habíamos hecho cuando empezó el fenómeno de los “brazos imantados”, una anomalía ante la cual no sabíamos cómo actuar.
El doctor De Benito realizó la investigación este verano, en los meses de julio y agosto. Aunque dentro de la ortodoxia, fue muy crítico con la versión oficial desde el inicio de la pandemia. Confiesa que le costó hacer el estudio sobre los códigos de los vacunados, que aparecen en el bluetooth, y publicarlo porque, en cierta manera, no pertenece al ámbito sanitario. Le han aconsejado no entrar en estos berenjenales para no perder credibilidad, dado que creó su canal para informar sobre la pandemia, estado de las ucis, contagios, etcétera. Pero hace tiempo que asegura que la pandemia terminó y que no existe ninguna crisis sanitaria, sino política, y que esto terminará cuando los políticos decidan. Así de claro. Dice que se siente obligado moralmente a compartir lo que ha descubierto y reconoce que el fin de todo esto es el control y la restricción de libertades a los seres humanos.
«Si desde el punto de vista médico no existe ninguna necesidad de administrar ninguna medida preventiva –dudosamente preventiva—, para una enfermedad con una letalidad del 2 por mil, ¿por qué tanta insistencia en que todo el mundo se inocule –con motivo o sin él—, e incluso se obligue también a que la reciban quienes no desean pincharse? Si he constatado que me enfrento a la enfermedad, y no enfermo, ¿qué me va a dar a mí la vacuna que no tenga yo ya? De esta reflexión surgió este experimento, fruto de la casualidad, porque tengo un teléfono móvil chino un Huawei Honor 8, y me pasé el verano trabajando en un hospital aislado del mundo, o de casi todo el mundo.
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