El bombardeo y los gases lacrimógenos no cesan de atacar a una sociedad sin coraje, con el instinto de supervivencia invertido, hecha un guiñapo andante y completamente entregada a sus maltratadores que, libres de toda resistencia, se ensañan sin tregua mientras la conducen al suicidio. Poco más hay que decir sobre los torturadores de esta granja humana esclavizada, y sus pretensiones de control total de cuerpos, mentes y almas. Nada que no estuviera previsto, programado, anunciado y escrito. Pero nos pasó inadvertido, quizá por ese misterioso velo de Isis, ese “vaho” que tan bien describe el Popol Vuh –libro sagrado de los mayas quiché— en la alegoría de la creación del hombre. Nos han engañado con mil trampas. Han cambiado nuestros valores y nuestra ética. Ahora no hacemos sino cosechar los frutos de nuestra dejadez y nuestro silencio.
Hace décadas que el exsecretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Mc Namara, pronunciaba estas escalofriantes palabras: “Hay que tomar las medidas para la reducción demográfica del globo terráqueo, aun en contra de la voluntad de sus respectivas poblaciones. La reducción del índice de natalidad ha sido un fracaso. Por eso tenemos que aumentar la tasa de mortalidad por medios naturales, por el hambre y por la inoculación de todo tipo de enfermedades”.
No son de extrañar las palabras de este individuo que, entre otros turbios asuntos, falsificó las pruebas para justificar que Estados Unidos se implicara a fondo en la guerra de Vietnam, con todo lo que ello supuso. Otra de las suyas fue la presión que ejerció el Banco Mundial, siendo él presidente, sobre los países subdesarrollados –las élites prefieren utilizar el eufemismo “en vías de desarrollo”— para obligarlos a aceptar las políticas de eugenesia de la International Planned Parenthood Foundation (IPPF), a cambio de que sus préstamos no fuesen ejecutados. Fueron tácticas vergonzosas que condujeron a la esterilización forzosa de miles de mujeres y la muerte de miles de niños.
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