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viernes, 28 de enero de 2022
POR FIN Han reconocido la farsa de la pandemia: Pfizer mintió sobre los trombos
Llegan ráfagas de brisa refrescante anunciando el fin de esta situación surrealista, guionizada sin apenas fisuras, no como el ensayo anterior con la gripe A en el 2009, que se quedó en un intento fallido. En ese tiempo, las élites aún no controlaban la prensa en su totalidad y algunos periodistas aún creían en su profesión y respetaban el código deontológico. Si repasamos algunos vídeos de entonces, queda retratado –para bien—Iñaki Gabilondo o Mercedes Milá, que hablaron a las claras de la gran farsa de aquella escenificación de pandemia, las exageradas medidas y la psicosis colectiva que se estaba creando. Y como ellos, otros profesionales de diferentes medios de distintos países, también se atrevieron a decir abiertamente en sus programas que se trataba de un asunto turbio de las farmacéuticas, siempre con el beneficio económico como objetivo. Ahora sabemos que los propósitos van mucho más lejos del mero enriquecimiento. Si solo fuera eso podríamos incluso perdonarlos, pero la consecuencia final es tan siniestra que difícilmente vamos a poder pasar página sin hacerles pagar por todas sus iniciativas, si no criminales, rozando lo criminal.
Hoy es impensable que un periodista de la oficialidad discrepe de las órdenes de las cúpulas. En la actualidad, la comunicación es pura prostitución de la escritura y la palabra. En temas como el que nos ocupa es terrorismo informativo, y hay que decirlo sin miedo. El periodismo es una actividad noble, de servicio al ciudadano, con la misión de hacerle llegar lo importante, de manera comprensible. Dicho de manera poética o metafórica, es un puente entre el cielo y la tierra, emulando a Mercurio, mensajero de los dioses y maestro de los oradores.
Volviendo a la brisa refrescante o a la luz al final del túnel que veladamente parecen anunciarnos con la “gripalización” del virus, y que muchos interpretan como una vuelta a la normalidad, siento discrepar y aguarles la fiesta a los eufóricos que aún tienen fe en los políticos y en ese peligroso juguete de luz, sonido y movimiento llamado televisor.
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