Con 19 medallas de “oro” y “plata” sepultadas y una pensión que no le da para nada
A sus 61 años de edad, Antonio Lebrón mantiene casi intacta la contextura física que desarrolló en los años de juventud lanzando jabalinas.
En ese deporte, dentro de la selección de la Fuerza Aérea Dominicana, jugó 21 años y acumuló 19 medallas, entre oro, plata y bronce.
Una frase de un oficial con rango superior al suyo le llevó a pensar que su gloria en el deporte no le valdría de nada, tampoco sus 24 años de servicio en el organismo militar ni el rango de segundo teniente al que llegó a ascender. Pidió su retiro y hace 13 años que lo consiguió, acompañado de la pensión de ley. Inicialmente eran RD$9,000 al mes y hace un par de años le subieron RD$1,000.
“Me desenvuelvo porque me busco otros ingresos, pero si fuera solo con la pensión, la pasaríamos muy difícil”, comenta el señor que reside en Villa Mella, Santo Domingo Norte, donde regentea un pequeño colmado.
“Esa pensión no da ni para las medicinas”, dice. Agrega que sobrevive gracias a que vende “mabí y jugos para poder rendir el peso”.
Apenas habla de su paso por la milicia. Recuerda que tuvo su gloria. En su casa mantiene todavía fotos del Papa Juan Pablo II, a quien sirvió como chofer y seguridad cuando el Pontífice visitó el país, aunque sin especificar que si se trató en 1979 o en 1992.
En su casa también guarda, pero enterradas, todas sus medallas. Un día descubrió que el oro y la plata no era tal, y que el metal no le valdría de mucho. Las tomó todas juntas, las colocó en un hoyo de la pared de la casa y luego le puso pañete. Cuenta que mientras las sepultaba en el cemento, recordaba la voz de aquel coronel que le hizo salir de la milicia cuando un día le dijo: “Tú fuiste, pero ya no eres nada”.
En ese deporte, dentro de la selección de la Fuerza Aérea Dominicana, jugó 21 años y acumuló 19 medallas, entre oro, plata y bronce.
Una frase de un oficial con rango superior al suyo le llevó a pensar que su gloria en el deporte no le valdría de nada, tampoco sus 24 años de servicio en el organismo militar ni el rango de segundo teniente al que llegó a ascender. Pidió su retiro y hace 13 años que lo consiguió, acompañado de la pensión de ley. Inicialmente eran RD$9,000 al mes y hace un par de años le subieron RD$1,000.
“Me desenvuelvo porque me busco otros ingresos, pero si fuera solo con la pensión, la pasaríamos muy difícil”, comenta el señor que reside en Villa Mella, Santo Domingo Norte, donde regentea un pequeño colmado.
“Esa pensión no da ni para las medicinas”, dice. Agrega que sobrevive gracias a que vende “mabí y jugos para poder rendir el peso”.
Apenas habla de su paso por la milicia. Recuerda que tuvo su gloria. En su casa mantiene todavía fotos del Papa Juan Pablo II, a quien sirvió como chofer y seguridad cuando el Pontífice visitó el país, aunque sin especificar que si se trató en 1979 o en 1992.
En su casa también guarda, pero enterradas, todas sus medallas. Un día descubrió que el oro y la plata no era tal, y que el metal no le valdría de mucho. Las tomó todas juntas, las colocó en un hoyo de la pared de la casa y luego le puso pañete. Cuenta que mientras las sepultaba en el cemento, recordaba la voz de aquel coronel que le hizo salir de la milicia cuando un día le dijo: “Tú fuiste, pero ya no eres nada”.
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