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viernes, 14 de marzo de 2014

La caída de “El Chapo” Guzmán ha abierto un proceso de sucesión en el cártel de Sinaloa, Mexico



Palacio Municipal de Badiraguato, Sinaloa. El alcalde Mario Alfonso Valenzuela, guayabera rosa, reloj corpulento, hace pasar a los visitantes. En ese preciso instante, como si alguien estuviera al tanto de los movimientos de los extraños, recibe una llamada de teléfono que viene de arriba, de la montaña, de un pueblecito de la sierra llamado La Tuna, donde nació en una fecha incierta entre 1954 y 1957 el narcotraficante más poderoso de México, Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”.
—Ahora van a tener visita —aprovecha el alcalde para advertir de la llegada de los periodistas.
Al otro lado de la línea está el representante municipal de La Tuna; “el síndico”, como llaman a los enlaces del Ayuntamiento en los apartados ranchos de la montaña.
—Es por el tema del señor —precisa Valenzuela.
En La Tuna
En Badiraguato, en La Tuna, en toda la sierra, a Guzmán, detenido el 22 de febrero en un hotel de playa situado a más de 300 kilómetros de aquí, le llaman simplemente El Señor.
—Cuida muy bien a la señora —continúa el alcalde en voz bien alta para que el mensaje quede claro a todo el mundo—. Que no vean a doña Consuelo, no tiene caso meterla en este circo.
Valenzuela cuelga y explica por qué nadie que suba a La Tuna debe molestarla: “Padece de la presión, le pegó duro la detención a la madre; a la madre de ‘El Chapo’”.
Arriba en la montaña, después de unos setenta kilómetros de recorrido, pasadas tres horas de trompicones en todoterreno y con más de veinte kilómetros finales de camino de tierra y de piedras, de curvas y de polvo y de vegetación seca, pasada también una pista de tierra acondicionada para que aterricen avionetas en medio de la montaña, al fondo en una ladera aparece La Tuna, y lo que más se ve desde lejos, aquel fortín de muros pintados de rojo, es la casa de María Consuelo Loera Pérez.
Permisos para moverse
Por la cuesta de entrada a La Tuna bajan tres muchachos en moto. Todo el camino de subida a la sierra es así: paisanos circulando en motos o en ‘quads’, y el chofer del todoterreno, un empleado joven del Ayuntamiento que hace de guía a los reporteros, saludándolos al pasar haciendo la uve de la victoria. Los tres muchachos se paran y el chofer les pregunta por “el síndico”. Moverse por el territorio íntimo del cártel de Sinaloa requiere permisos.
El síndico no está. Otra opción es hablar con el ministro del templo evangélico que Guzmán le puso a su madre a la entrada de su finca. Él tampoco está. De una casa de servicio del templo sale una anciana. Dice que no sabe si la señora Consuelo está en su casa. Dice que, en realidad, ella no sabe nada porque no es de allí y apenas “anoche” llegó a La Tuna.
Hace cinco días de la detención de “El Chapo”. En su pueblo no quieren hablar. Mientras la anciana dice esas pocas palabras aparecen de nuevo los tres muchachos de la moto, desaparecen por la cuesta que se mete hasta la residencia de la madre de “El Chapo” y al rato regresan cuesta abajo.
Aparte de la robusta casa de doña Consuelo, en La Tuna no hay signos externos de riqueza. La tierra es poco productiva. El chofer dice que no se puede plantar más que maíz. “Es puro cerro”.
Luego de capturar a “El Chapo” en un edificio de apartamentos, las autoridades exhibieron a Guzmán en el hangar de la Marina en el aeropuerto de la Ciudad de México y posteriormente lo trasladaron en un helicóptero Black Hawk a una cárcel de máxima seguridad. En el trayecto le preguntaron por qué no había escapado a la sierra. “Antes de subir al monte quería ver a mis niñas”, contestó.
Producción de droga
La sierra de Badiraguato forma parte del Triángulo Dorado de la Sierra Madre Occidental, que incluye zonas de los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango. Es una de las áreas de México con más cultivos de marihuana y de amapola. También laboratorios de drogas sintéticas.
De aquí, además de “El Chapo” Guzmán, son otros capos históricos del narco. La familia Beltrán Leyva; Rafael Caro Quintero, hoy fugitivo; Ernesto Fonseca, “Don Neto”. Por el pueblo de Fonseca se pasa de camino a La Tuna. Desde la carretera se ve sobre un cerro un mausoleo blanco que el propio narco, preso desde 1985, mandó construir para que cuando muriese llevasen allí sus restos.
Más allá de detalles como este, o como el fortín de la madre de Guzmán, el entorno es precario. Badiraguato, dice el alcalde, es un municipio pobre. “Es la cuna del narco, pero no se beneficia de ello”.
La riqueza del cártel
La riqueza del cártel, como la de cualquier imperio de dinero negro, es un imponderable que solo se puede conjeturar: se estima que controla más del 40% de las exportaciones de droga a Estados Unidos y que sus ingresos anuales podrían rondar, a la baja, los 3,000 millones de dólares.
A la salida del pueblo están los tres muchachos de la moto descansando fuera de una tienda de comestibles. Uno de ellos responde a la pregunta de por qué la gente del pueblo no quiere decir nada: “¿Para qué hablar?”.
Debajo de la ropa le suena el rumor de un transmisor-receptor. El mutismo de La Tuna recuerda a la idea de la omertá, la ley del silencio de Sicilia. A un metro del cartel que da la bienvenida al pueblo hay un cubo voluminoso de cemento con un salmo inscrito que empieza así: “Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño”.
Los halcones
Un coche lleno de adolescentes se acerca a los curiosos que merodean por la casa. “¿Qué quieren? ¿Ese güero (rubio) de ahí es gabacho?”, pregunta el copiloto. Escuchan las explicaciones y se largan quemando rueda.
Los halcones son la base del cártel. Jóvenes inquietos que pasan el día controlando una zona concreta de la ciudad y transmitiendo a sus superiores todo lo que ven y oyen. Los más espabilados trepan en el escalafón y se convierten en operadores o sicarios.
En Sinaloa los narcos son mitos, y los corridos son los relatos que los componen. Dicen en Culiacán que tras el arresto de Guzmán ya se han empezado a escribir temas actualizados de su leyenda.
En Culiacán se prohibió desde 2011 la difusión de narcocorridos. Una norma que poco puede hacer por frenar la idolatría al narco en una región que tiene hasta un bandolero sagrado, Jesús Malverde, un supuesto salteador de caminos de principios del siglo XX que, según la leyenda, robaba a los ricos para dar a los pobres.
Malverde y “El Chapo”
Fernando Robles, 37 años, empresario, contó su adoración por Malverde y opinó también sobre la figura del ícono actual, “El Chapo” Guzmán.
“No te voy a decir que es malo que lo hayan agarrado, porque con eso se está combatiendo la delincuencia, pero tampoco te voy a decir que sea bueno, porque generaba empleo y daba estabilidad a Sinaloa”, dice.

La sucesión de “El Chapo”
La caída de “El Chapo” Guzmán ha abierto un proceso de sucesión en el cártel de Sinaloa en el que sus lugartenientes, Juan José Esparragoza, “El Azul”, e Ismael “El Mayo” Zambada, son los que más posibilidades tienen de hacerse con la herencia.
“El Azul” es un hombre discreto, con fama de muñidor de pactos. Lleva décadas en el narcotráfico y cumplió siete años de condena por delitos contra la salud entre 1986 y 1993. Su apodo se refiere al color de su piel, tan moreno que parece azul.
Hijo de un ganadero, “El Azul” entró en la década de los setenta en la Dirección Federal de Seguridad. Esta agencia estaba infiltrada hasta el tuétano por Miguel Ángel Félix Gallardo, que percibió el potencial de este hombre y lo atrajo hacia el narco. Cuando lo metieron en la cárcel, en 1986, pasó un test psicológico que desveló trazos de una personalidad hipocondríaca, ansiosa por los detalles, poco tolerante a la frustración y al aburrimiento.
“El Mayo” lleva medio siglo en el negocio sin haber sido arrestado. Dos de sus hijos han sido detenidos y permanecen encarcelados en Estados Unidos. En una entrevista en 2010 de Julio Scherer, decano del periodismo de investigación mexicano, el reportero le preguntó si creía que algún día lo atraparían. “En cualquier momento”, respondió Zambada. “O nunca”.
“El Mayo” fue un contacto clave del narco sinaloense con los proveedores colombianos de cocaína a finales de los ochenta. Zambada tenía hilo directo con Gonzalo Rodríguez Gacha, número dos de Pablo Escobar, líder del cártel de Medellín.
El vacío que deja “El Chapo” también podría ser cubierto por la siguiente generación de narcotraficantes, hijos de “El Chapo” y “El Mayo”. A diferencia de sus padres, usan las redes sociales para contar sus vidas de excesos.
En Sinaloa también suena como posible sucesor un joven llamado Dámaso López Júnior, hijo de Dámaso López Núñez, “El Licenciado”, un alto cargo del sistema penitenciario de la cárcel de la que se fugó “El Chapo” en 2001. A su vástago le apodan “Minilic”.