En la Edad Media, el Rin era la vía navegable comercial más importante de Europa. Como muchas autopistas modernas, era una ruta de cuota. Los puntos de cobro debían ser aprobados por el Sagrado Emperador Romano, pero los terratenientes locales a menudo cobraban al tráfico fluvial por pasar. Estos “barones ladrones”, como se les llegó a conocer, eran un grave impedimento al comercio, y las fuerzas imperiales tuvieron que emprender una costosa acción punitiva para retirarlos.
La relación entre los negocios y el estado tiene cierta semejanza con esta pelea medieval. Como esos barqueros del Rin, las compañías que operan dentro de las fronteras nacionales deben pagar algo del costo de apoyar el comercio, pero, si las cuotas son excesivas, el comercio sufre. Al menos algunos de los alrededor de 200 países del mundo se sentirán tentados a actuar como barones ladrones, que cobren el equivalente de dinero por proteger a las compañías con las cuales tratan.
Cruzadas
A fines del siglo XIX, el término “barones ladrones” llegó a referirse a los magnates ferroviarios estadounidenses que usaban su poder monopólico para sacar del negocio a los competidores. Políticos como los presidentes antimonopólicos Theodore Roosevelt y William Howard Taft, emprendieron cruzadas contra el poder corporativo.
Desde entonces, ese ánimo anticorporativo nunca se ha disipado lo suficiente. Las multinacionales modernas a menudo son descritas como excesivamente poderosas, que usan su riqueza para subvertir a los políticos a través de sus contribuciones de campaña y cabildear ante el poder y para evadir su responsabilidad social.
Mucha retórica política a través de todo el espectro sugiere que la relación entre las compañías y el Estado es en esencia antagónica.
Colapso del mercado
Todo este lenguaje combativo hizo más difícil responder a la crisis bancaria de 2007-2008. El colapso del mercado de las hipotecas de alto riesgo y el subsecuente rescate del sector bancario creó una sensación de ira hacia la élite financiera que se convirtió en una frustración más amplia con el mundo corporativo. Ese clima engendró resentimiento hacia las compañías a las que se ve como si no pagaran su parte justa de impuestos o como si aprovecharan su poder monopólico de determinación de precios.
En respuesta, los gobiernos han introducido una nueva regulación estricta, particularmente para los bancos, y multinaciones, intentado controlar el uso de refugios fiscales extraterritoriales.
Necesidad mutua
“Los países han llegado a verse como un escaparate atractivo para la inversión multinacional”, dice John Cridland, director general de la Confederación de la Industria Británica.
Incluso el presidente francés François Hollande, quien en 2012 llegó al poder gracias a su retórica anticapitalista, anunció el mes pasado un recorte de 41,000 millones de dólares en los impuestos corporativos en un intento por revivir a la estancada economía.
Pese a todas sus diferencias, los dos bandos parecen necesitarse mutuamente. Los gobiernos dependen de que las empresas impulsen el crecimiento económico, creen empleos y generen las exportaciones que aseguren que sus países puedan abrirse camino en el mundo.
Las multinacionales son particularmente importantes, argumenta Ted Moran del Instituto Peterson para la Economía Internacional, un grupo de análisis estadounidense, porque pagan salarios más altos que otras compañías, exportan más y tienen un historial superior en investigación y desarrollo. Los países serían insensatos al confiar en que las multinacionales se quedarán quietas sin importar lo que suceda: WPP, un grupo de publicidad y mercadotecnia, trasladó sus oficinas centrales de Londres a Dublín en 2008 en una disputa en torno de los impuestos sobre las utilidades procedentes del extranjero, luego se mudó de nuevo cuando las reglas fueron cambiadas. Como el crecimiento es mucho más rápido en los mercados emergentes que en el mundo desarrollado, lugares como Dubái y Singapur se están volviendo cada vez más atractivos.
La otra parte
Las empresas, por su parte, necesitan a los gobiernos. No es simplemente que provean los sistemas legales y la seguridad básicas que permiten a las compañías operar en primer lugar. También educan a los trabajadores de quienes dependen las empresas y crean la infraestructura – carreteras, ferrocarriles y control de tráfico aéreo – que permite a las compañías llevar sus productos al mercado.
En muchas industrias, el gobierno también es un cliente clave. Después de todo, un gobierno típico en un país desarrollado gasta alrededor de 40 por ciento de su PIB. La defensa es un ejemplo obvio, pero la industria farmacéutica también es importante: Los servicios de salud nacionales son enormes compradores de medicamentos, y los organismos gubernamentales tienen que aprobar los productos nuevos antes de que lleguen al mercado. La construcción, también, depende fuertemente de la acción gubernamental: Un impulso al gasto en infraestructura puede marcar una gran diferencia en las perspectivas de la industria.
Regulaciones
La política del gobierno también tiene efectos serios, en ocasiones no intencionales, sobre la estructura corporativa. En Estados Unidos, los altos impuestos corporativos y un creciente conjunto de regulación han llevado a una declinación en el número de corporaciones públicas y el surgimiento de estructuras alternativas como las “asociaciones limitadas maestras”.
Debido a la mera escala del Estado moderno, las compañías están obligadas a involucrarse con él en muchos niveles. Se espera que los gobiernos, por su parte, aborden una variedad de males en la sociedad, desde prohibir las importaciones de sustancias poco saludables o peligrosas hasta combatir el calentamiento global.
Industria del cabildeo
Las grandes empresas aceptan que necesitan una relación con el gobierno. Eso ha avivado el crecimiento de la industria del cabildeo y, en algunos países, el crecimiento de las contribuciones de campaña por parte de las empresas. Muchas personas sospechan ahora que la clave para el éxito en los negocios no es necesariamente ser el más competitivo sino más bien ser el mejor relacionado. El cabildeo crea una especie de carrera armamentista en la cual las leyes impositivas y las regulaciones se vuelven más complejas conforme las compañías buscan influir en las normas para que encajen con sus propios intereses.
Las firmas favorecidas pueden ser “paladines nacionales”, como las aerolíneas, a las cuales los gobiernos se esfuerzan por proteger a través de regulaciones y restricciones a la propiedad extranjera. En las negociaciones de comercio internacional a menudo tratan de proteger los intereses de una industria vital, como lo hace Francia con la agricultura y Gran Bretaña con los servicios financieros.
Cliente clave
En muchas industrias, el gobierno también es un cliente clave. Después de todo, un gobierno típico en un país desarrollado gasta alrededor de 40 por ciento de su PIB.
