Cada año, el tercer y cuarto día después de la segunda luna nueva
tras el solsticio de verano, ocurre el evento más enigmático de esta
reserva natural: la cobada.
En ambos días -o más bien, noches-,
que este año cayeron el pasado 9 y 10 de agosto, miles de cobos
(Coenobita clypeatus) se enfrascan en una carrera desde todas partes de
la isla hasta llegar al mar a desovar. En su alocado movimiento, los
cobos chocan sus conchas unas con otras produciendo un sonido realmente
peculiar.
Pero el proceso no es tan sencillo como parece y se cree
que está controlado por el brillo lunar, indica el biólogo Migual
Antonio “Tony” Nieves, oficial de manejo de Isla de Mona.
“Los
días empiezan a contarse después del solsticio de verano, ya que sabemos
que ese evento da inicio al proceso de reproducción de los cobos”,
explica Nieves.
Así las cosas, machos y hembras se encuentran en diferentes
partes de la isla y copulan. Los machos depositan sus espermatozoides en
las patas de las hembras, y estas, a su vez, los transfieren por unos
orificios a su abdomen y se fecundan. Cargadas de miles de huevos
fertilizados, las hembras se alistan para la carrera hacia el mar.
“La
lógica me dice que las que bajan a desovar son las hembras, pero no sé
si en esta especie de cangrejo ermitaño terrestre hay hermafrodismo”,
sostiene.
La especie Coenobita clypeatus pertenece a la familia de
los decápodos, es decir, que tienen 10 patas como el camarón, el juey y
langosta. Además de sus dos pares de antenas y ojos, son esas 10 patas
las estructuras sensoriales que los ayudan a subsistir y reproducirse.