Durante la última reunión en Londres el pasado 11 de mayo de los ministros de Economía del G-7, los países que dominan la economía mundial, la falta de un comunicado oficial permitió que se observara una honestidad intelectual que las obligaciones diplomáticas prohíben por lo general. En este caso, la verdad fue pronunciada por Wolfgang Schäuble, el ministro alemán de Economía,
un veterano muy franco porque ya no alberga ambición política alguna.
Una lección alemana más, me objetarán. Estos alemanes aburren
impartiendo sin cesar clases de economía clásica. De hecho, es
lamentable que la pedagogía no provenga de otro país, porque los alemanes nos sacan de quicio de tanto llevar la razón. Aunque
sea alemán, Schäuble llama nuestra atención sobre un peligro banal y
fundamental: la economía mundial, y la europea en particular, ya no se
ven amenazadas por el hundimiento de la eurozona, sino por el exceso de
liquidez monetaria en el mercado mundial.
El hecho de pretender que la crisis del euro ha terminado causará
sorpresa, pero realmente ha terminado: da fe de ello la gran
estabilidad del euro con respecto a las otras monedas gracias a la extraordinaria gestión de nuestra divisa por parte del Banco Central Europeo (BCE)
de Fráncfort. Este ha demostrado que es el mejor banco central del
mundo porque es independiente frente a cualquier influencia política y
porque se atiene a su única misión, la estabilidad monetaria. Los
actores financieros en el mercado mundial lo reconocen y confirman su confianza en el euro ya
que ninguno de ellos se plantea ya retirarse de la eurozona, nuevos
países desean entrar en ella y ningún Gobierno en Europa critica ya la
independencia del banco de Fráncfort mientras que, antes de 2010, era
una especie de demagogia obligada, especialmente entre los dirigentes
franceses. Esto no significa que la recesión haya terminado en los países europeos que,
como España, están lejos todavía de haber concluido su ajuste
estructural y que están lejos todavía de haber convencido a sus pueblos
de que esa era la única senda, no alemana sino racional, hacia un
regreso al crecimiento y al empleo.
En este punto, la segunda parte de la lección Schäuble se vuelve aún más veraz y más inquietante. La abundancia de liquidez en el mercado mundial retrasa los ajustes estructurales ya
que endeudarse a unos tipos bajos, algo a lo que Francia es
particularmente aficionada, permite ganar tiempo a los Gobiernos. Los
créditos adicionales hacen posible que se retrase el reajuste de los
regímenes de jubilación, que no se reduzca el desorbitado número de
funcionarios públicos y que no se liberalice el mercado de trabajo.
En resumidas cuentas, los préstamos baratos, un poco como
la morfina, no curan al paciente, sino que le hacen olvidar durante un
tiempo que hay que tratarle a fondo si quiere recuperar una cierta
salud: el préstamo barato es adictivo.
El peligro es aún peor cuando aparece en el mercado un paciente adicional, Japón, que
no duda en exhibir su nueva adicción (la fabricación de yenes) como si
se tratase de una cura milagrosa. Ahora bien, una política monetaria
jamás ha creado riqueza económica mediante la creación de moneda o el
endeudamiento adicional. Esta creencia mágica no es más que un derivado
de la arqueología keynesiana de la que los Gobiernos y los analistas no
consiguen liberarse totalmente. Sería tan bonito si fuese verdad… Fabricar moneda sustituiría al trabajo y a la innovación. La
experiencia de estos últimos años, desde la recesión financiera de
2008, muestra ampliamente que la abundancia de créditos a unos tipos
cercanos a cero no anima en absoluto a los empresarios a invertir. Estos
solo se arriesgan en función de las perspectivas del mercado y no en
función de la abundancia monetaria. Lo que habían denunciado en
repetidas ocasiones los teóricos de la economía como Robert Lucas,
de Chicago, se vio confirmado por la práctica. La conclusión que se
impone es la restauración de los tipos de interés normales para el
crédito en el mercado interior y el fin del exceso monetario artificial.
Schäuble, aunque sea alemán, nos recuerda por tanto que solo el trabajo, la innovación y la «destrucción creadora», según la definición insuperable del capitalismo de Joseph Schumpeter -sustituir
lo antiguo por lo nuevo- restablecerán la auténtica vitalidad de los
europeos, de los japoneses o de los estadounidenses. Todos los
partidarios de las reactivaciones monetarias siempre son unos meros
«traficantes» de políticas adulteradas y unos charlatanes populistas de
una pseudociencia económica. Por tanto, hay que escuchar a Schäuble,
aunque sea alemán, y alejarse del canto de las sirenas monetarias: la
base de cualquier crecimiento es el trabajo, no la negación de la
realidad.