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lunes, 25 de febrero de 2013

POR SI ACASO: La Corona española ha reinado en los cinco continentes y pasa de padres a hijos desde el año 788

 
Según Edmund Burke o Antonio Canovas del Castillo, el origen de las naciones se encuentra en la delimitación que la Corona hace de un territorio a lo largo de la Historia.
 
 
Eso da un protagonismo relevante a varias dinastías europeas en la conformación de sus países. Cuando la República Francesa celebró en 1987 -bajo la Presidencia de François Mitterrand- el milenario capeto, el lema que llenaba las calles del país era «Les Rois on fait la France»-los Reyes hicieron Francia.
En el caso de España durante más de doce siglos se ha configurado una nación partiendo de reinos dispersos, se ha construido un imperio, y hoy, como hecho de notable trascendencia histórica, marchamos unidos a nuestros hermanos europeos, bastantes de los cuales, en algún momento, estuvieron bajo la misma soberanía que nosotros. Pero a lo largo de estos siglos se ha consolidado una institución que ha estado permanentemente presente en nuestra vida política: la Institución Monárquica.
Una misma familia ha encarnado la Institución a lo largo de este tiempo. El Soberano más antiguo, remontando las ramas de la Familia Real, fue
Vermudo I, hijo de Fruela y nieto de Pedro, duque (gobernador) de Cantabria. Ninguno de estos dos reinó, pero sí Vermudo, que fue hecho Rey de Asturias en 788. Le habían precedido en el trono su hermano Aurelio en 768, muerto sin hijos, y su tío Alfonso I, yerno de don Pelayo, Rey en 739. Vermudo ciñó la Corona con más de 40 años, después de que le sacaran de un monasterio en el que era clérigo de menores -de ahí su apodo de «El Diácono»-. Tuvo que casarse y hubo descendencia, pero en el tercer año de su reinado fue derrotado en Villafranca del Bierzo por las tropas infieles de Hisham I y optó por ceder la Corona a su sobrino Alfonso II «El Casto» y volver a la vida pía en el mismo monasterio del que nunca quiso salir.
Desde este nieto del duque de Cantabria hasta nuestros días se han sucedido los Reyes que han ido configurando esta realidad que es España.
A lo largo de las siguientes cuarenta generaciones que componen esta rama de la Familia Real, ha cambiado el nombre de las diversas dinastías que se han sucedido dentro de una misma familia. Esto se debe a que en los reinos españoles -a diferencia de otros países europeos- podían heredar el trono las mujeres. Cuando así ocurría, se tomaba el apelativo de su marido.
Don Juan Carlos, a quien la Constitución Española declara «legítimo heredero de la dinastía histórica» (artículo 57.1), ha definido la herencia de sus mayores así: «Por un dichoso azar de la Historia, la dinastía española, de la que soy actualmente cabeza y representante supremo, es la misma desde hace trece siglos y cuarenta generaciones. Asturias, Aragón y Cataluña, la noble tierra vasca, la de León, la de Castilla, de Valencia y de toda la España peninsular, las islas mediterráneas y atlánticas, y las entrañables ciudades del continente vecino, han sido solar de mis mayores, la patria de mis antepasados, la razón de ser y el destino de la Monarquía española.
El destino (para los creyentes la providencia de Dios) nos situó a mi padre y a mí, en los sucesivos eslabones de una cadena dinástica que no tenía otra razón de ser que el servicio a España».
La Monarquía española es el fruto de la unión en una dinastía de las coronas de León y Castilla, de Aragón y Navarra que ya en tiempos de la Casa de Austria llegó a ser un Imperio en los cinco continentes, en el que, con razón, decía Felipe II que no se ponía el sol. Él fue Rey de España, Portugal, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Inglaterra e Irlanda, Duque de Milán, Soberano de los Países Bajos y Duque de Borgoña. Bajo esas coronas europeas el Imperio se extendía por América, de Norte a Sur, por el Norte de África, por Asia -Filipinas- o por Oceanía -las Islas Marianas- por citar algunos de los ejemplos posibles. Todo lo cual se condensa en el «Titulo Grande» de la Corona española: «Por la gracia de Dios, Rey de Castilla, León, Aragón, Dos Sicilias, Jerusalén, Portugal, Navarra, Granada, Toledo, Valencia, Galicia, Mallorca, Sevilla, Cerdeña, Córdoba, Córcega, Murcia, Jaén, Algarve, Algeciras, Gibraltar, Islas Canarias, Indias Orientales y Occidentales, islas y tierra firme del mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña y de Brabante, de Milán, Conde de Habsburgo, de Flandes del Tirol y de Barcelona, Duque de Atenas y de Neopatria, Conde del Rosellón y de la Cerdeña, Marqués de Oristano y de Gociano, Señor de Vizcaya y de Molina».
La Corona demostró su notable arraigo popular con sus dos restauraciones. La I República dio al país cuatro presidentes en once meses de 1873-1874, facilitando la restauración en la persona de Alfonso XII. Éste moriría el 25 de noviembre de 1885 dejando un heredero no nato, pero la Corona asentada. Y la muerte del general Franco el 20 de noviembre de 1975 dejó una Monarquía instaurada, que fue restaurada el 14 de mayo de 1977 con la renuncia del Conde de Barcelona y refrendada el 6 de diciembre de 1978. La forma en que el Rey de España -al que Santiago Carrillo apodó «Juan Carlos, el breve» y en cuya proclamación el 22 de noviembre de 1975 muchos gobiernos extranjeros se negaron a estar representados- ha conseguido convertirse en una personalidad política universalmente respetada en una peripecia política que tiene pocos precedentes. Es muy difícil encontrar en la historia contemporánea universal otro jefe de Estado que haya recibido el poder de una dictadura y lo haya conservado sólo parcialmente. Porque Don Juan Calos I retuvo la «auctoritas» y renunció muy pronto a la «potestas». Y sus 37 años de reinado se cuentan ya entre los más fructíferos de la España moderna.