(extraído de su libro CLIMODEMIA: EL HIMALAYA DE MENTIRAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO)El suicidio económico de Occidente que es el objetivo principal de la climodemia tiene su joya de la corona, su estrategia principal, en la eliminación de los combustibles fósiles en la producción de energía —carbón, gas y petróleo—, sustituyéndolas por las llamadas “energías verdes”: eólica, fotovoltaica, especialmente.
La energía eólica supuso en el año 2020 el 21,8% de la energía producida en España, mientras que la solar creó el 12,2%, y la hidráulica el 6,1%. En total, El 44% de la electricidad española se generó en fuentes de energías renovables en 2020, según el informe de la Red Eléctrica Española (REE). Para avanzar en la descarbonización del sector eléctrico el objetivo que se plantea el PNIEC —“Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030”— es llegar a un 74% de generación renovable en 2030, que significa añadir 29.000 MW de fotovoltaica y 20.000 MW de eólica, además de una potencia menor de otras tecnologías.
Ante estos datos, surge la inevitable pregunta: Si se supone que las energías renovables son más baratas que las fósiles, al no precisar de combustible, ¿por qué hace años que asistimos a un encarecimiento desorbitado de la energía eléctrica, concretada en las onerosas facturas de la luz?
El principal problema de las energías renovables es su intermitencia, dado que dependen de circunstancias climatológicas –viento y radiación solar— cambiantes, inestables, de modo que no pueden garantizar un suministro continuo, para lo cual es imprescindible almacenar la energía que producen, con el fin de que pueda ser empleada en las etapas de carencia e inactividad.
Los problemas de almacenamiento de las energías renovables son de tal dimensión, que hasta el superglobalista MIT—en su web MIT Technology Review— llama la atención sobre esto en dos artículos: El desorbitado precio de cargar el mundo con energía 100% renovable, y El lado oscuro del aumento de producción de las energías renovables.
El sistema más empleado para almacenar la energía producida por las renovables son las baterías de iones de litio, procedimiento que presenta graves contratiempos, debido a su elevado precio, a su poca vida útil, a las dificultades que plantean su reciclaje, y a las elevadas emisiones de CO2 que se originan en su fabricación. Se podría pensar en la posibilidad de encontrar una alternativa a estas baterías, pero es un hecho significativo que las principales empresas que investigaban esta posibilidad han quebrado.
Los expertos creen que este tipo de baterías son demasiado caras y no duran lo suficiente. Si la sociedad espera depender de ellas para almacenar cantidades cada vez más masivas de energía renovable en lugar de recurrir a una combinación amplia de fuentes bajas en carbono como la nuclear y el gas natural con la tecnología de captura del CO2, la factura podría ser peligrosamente cara.
En cuanto al litio, es un mineral muy demandado, ya que se utiliza también para los teléfonos móviles, los ordenadores portátiles, y las baterías de los coches eléctricos, por lo cual corre el peligro de que sus reservorios no sean suficientes para cubrir tanta demanda. De hecho, se necesitarán cinco veces más litio del que se extrae actualmente para cumplir los objetivos climáticos globales para el 2050, según el Banco Mundial. Su extracción –tanto en minas de roca dura como en los depósitos de salmuera subterráneos— requiere combustibles fósiles, deja cicatrices en el paisaje y requiere una gran cantidad de agua. Además, libera 15 toneladas de CO2 por cada tonelada de litio que se extrae.
Ante estos problemas, la estrategia más utilizada para compensar las intermitencias de las energías renovables es la de utilizar energías “de respaldo”, que son casi siempre de origen fósil, destacando el gas, en las llamadas plantas ”de ciclo combinado”. Este “respaldo” presenta dos graves inconvenientes, que encarecen la factura de la luz: en primer lugar, el consumo eléctrico presenta “picos” de mayor o menor intensidad, entre los que destaca el “pico” del comienzo de la horas nocturnas, la franja horaria de mayor consumo eléctrico, donde cae la generación fotovoltaica de la energía solar, y decae la eólica, con lo cual es necesario utilizar en esa franja las energías de respaldo, que encarecen la factura.
En segundo lugar, la imprescindible aportación de las energías fósiles a la generación eléctrica plantea el inconveniente de que la manera de respaldar de estas energías sube también el precio, ya que es más caro ponerlas en funcionamiento y disminuir o intensificar su producción que si se mantuviera a las centrales térmicas en un constante nivel de funcionamiento. Sucede lo mismo que con un vehículo, que gasta más combustible cuando arranca, y cuando acelera y desacelera, que cuando circula a una velocidad constante.
Para colmo, los precios se regulan en el mercado mayorista según la forma marginalista, el cual consiste en que la oferta se ordena por precios hasta que casa con la demanda, y a todos se les paga por el precio último. Por ejemplo, si hay una demanda a una hora determinada de 20.000 megavatios, y se ofertan megavatios procedentes de la energía nuclear, de la eólica, de la hidráulica ( a bajo coste estas energías) y, finalmente, de la de ciclo combinado (gas) —esta última a 40 euros el megavatio/hora—, resulta que a todos se les paga el precio de casación, de 40 €/MWh. En lo que va de año, el precio medio del MWh en España ha estado en torno a los 90 euros.
Cuando las energías renovables representan una gran parte del mix, es necesario contar con muchas más plantas eólicas y solares para generar suficiente exceso de energía durante las horas puntas para asegurar la continuidad del suministro durante las largas caídas estacionales. Eso, a su vez, requiere cantidades ingentes de baterías capaces de almacenar toda esa energía hasta que se consuma. Y eso resulta astronómicamente caro. Para un mix con un 50 % renovable, el coste por megavatio-hora ronda los 42 euros, pero si la proporción de renovables llega al 100 %, el precio por megavatio-hora rozaría los 1.400 euros. Y eso sería suponiendo que las baterías de iones de litio costarán aproximadamente un tercio de lo que cuestan ahora. Estos enormes costes acabarían repercutiendo en los bolsillos de los consumidores.
Aparte de que la aportación de las energías renovables ha encarecido el recibo de la luz, otro mito fraudulento de las energías “verdes” es la creencia de que contaminan menos, al emitir menos gases de efecto invernadero, ya que precian del respaldo de las renovables, productoras de esas emisiones. El ingeniero chileno Douglas Pollock —figura de renombre mundial en la disidencia contra el fraudulento cambio climático antropogénico, experto en energías renovables— afirma taxativamente que se hubieran reducido mucho más las emisiones de CO2 pasando del carbón al gas, que del carbón a las renovables.
Aparte del gas, la otra fuente de energía que solucionaría los problemas de generación eléctrica es la energía nuclear, siempre demonizada por la sobrevalorada peligrosidad de sus residuos, pero esto no ha sido óbice para que desde el día 1 de enero de 2022 sea catalogada como “energía verde” por la Comisión Europea, pocas horas después de que Alemania cerrara 3 de sus 6 centrales nucleares. También el gas ha sido incluido en esta categoría.
Cada vez son más los militantes ecologistas que, conscientes de este dantesco espectáculo de mentiras con las que se intentan imponer las energía renovables, desertan de ese circo grotesco, y, abominando de sus antiguas creencias, se pasan con armas y bagajes a proponer la energía nuclear como la solución perfecta a la obsesión climodémica.
Tal es el caso de Michael Schellenberger, quien afirma que «la energía nuclear es la manera más segura de crear energía y la única manera de descarbonizar nuestras economías modernas: «No podemos resolver el cambio climático deteniendo la actividad económica. La única solución es utilizar el crecimiento económico para invertir en tecnologías como la energía nuclear que pueden descarbonizar rápidamente las redes eléctricas, preservar los hábitats y reducir la contaminación del aire».
Este antiguo activista ecologista denuncia con contundencia el alarmismo climático que, en su opinión, «está provocando depresión entre los niños del Reino Unido, porque creen que van a morir en cinco o 10 años debido al cambio climático.
Se utilizan intencionalmente predicciones y escenarios horribles para traumatizar a los niños con la esperanza de que se adopte una política de cumplimiento. Las historias se utilizan para generar un impacto emocional más que una probabilidad científica». Schellenberger también denuncia que el ecologismo catastrofista abomine del desarrollo económico que ha dado prosperidad y libertad por haber ocasionado efectos sobre el medio ambiente, anteponiendo la naturaleza –a la que endiosan— a la humanidad.
Frente a la política suicida de cerrar centrales nucleares debido al problema de los residuos radiactivos, Europa fue la segunda región del mundo que más residuos electrónicos produjo en 2016 con 12,3 millones de toneladas, después de Asia, que generó 18,2 millones. A pesar de la legislación vigente, los informes indican que globalmente tan solo se recogieron y reciclaron 8,9 millones de toneladas de residuos electrónicos, lo cual equivale al 20% de todos los residuos electrónicos generados. Debido al bajo precio del litio, que se espera se mantenga estable gracias a los nuevos yacimientos encontrados en Bolivia, la recuperación de las baterías usadas no supone un aliciente empresarial, dejándolo como un simple relleno para el hormigón, imposibilitando de esta manera su futura recuperación y utilización; pero ello entraña sus riesgos, pues las baterías contienen ácidos y álcalis que actúan como electrolitos en su funcionamiento. Nadie asegura que no haya lixiviación interna dentro de las baterías (disolución), una vez enterradas y que pueda corroer el hormigón ya que este material puede estar expuesto a filtraciones, rompimiento por temblores, terremotos, que podrían provocar que el material llegase a la tierra y a las capas subterráneas, y también a los acuíferos.
Junto a los grabes problemas del litio, las placas fotovoltaicas producen impactos ambientales en su fase de fabricación, dado que en él se utilizan materiales como el silicio, el cadmio o el germanio, en cuya obtención se emplean materiales peligrosos para la salud humana y el medio ambiente. A esto hay que añadir otros materiales considerados “raros”, como el indio, el selenio o el galio, que, al ser escasos, ocasionan problemas de suministro.
Otro inconveniente grave es que la energía solar ocupa grandes extensiones de terreno, lo cual ocasiona problemas a la flora y la fauna locales, y sobre la agricultura y la ganadería, que ven reducido su campo de acción, aunque éste es un objetivo premeditadamente buscado por la oligarquía satánica, que conspira para crear hambrunas que debiliten a las masas que tanto odian. La eólica también presenta problemas medioambientales, sobre todo porque afecta a la biodiversidad, dado el elevado número de aves que mueren entre sus hélices.
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