En Madrid, la Sala Joy Eslava, pegada a la Puerta del Sol. Una hora antes del concierto de presentación de 'Infinitos bailes' ya hay una extensa fila en la puerta de la sala, compuesta por un público que ronda los sesenta años de media, con cara de emoción por la posibilidad de ver a su ídolo musical en el recinto más pequeño que los que suele necesitar para sus recitales Paso por la puerta de prensa y me ponen una pulsera dorada "para acceder a la planta baja". Me extraña, ya que esa zona, donde la visibilidad y el sonido es mejor, no suele dejarse para periodistas e invitados, sino para los fans más pasionales, un detalle que ayuda a caldear el ambiente y a que el artista se sienta más arropado por sus fieles. Mientras esperamos, pasan camareros con bandejas de vino, cerveza, jamón (del bueno), tortilla, queso y brownies. Disfrutamos media hora de tapas y comodidad, hasta el punto de situarnos en primera fila, cerca de la barra derecha.
Con puntualidad británica, arranca la actuación, aunque en vez de aparecer Raphael, salta al escenario un presentador, que inmediatamente es abucheado desde la planta superior. Al principio, creo que sus devotos sufren un ataque de amor y que están gritando "Divo, divo, divo". Gritan intensamente durante cinco minutos. Luego me doy cuenta de que, en realidad, lo que dicen es "Timo, timo, timo". En la planta baja hay caras de sorpresa y aplausos de apoyo al presentador. Tampoco yo comprendo nada. Por suerte, una señora se acerca a mi novia y le comenta lo que está pasando en realidad. No damos crédito.
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