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domingo, 31 de enero de 2016
RUBEN DARIO A cien años de su muerte, un acercamiento al legado periodístico del modernismo
Siempre me ha interesado pensar en la antigua y extraña relación entre periodismo y literatura, y acerca de cómo la obra de Rubén Darío y de los escritores modernistas hispanoamericanos han colocado ante nuestros ojos la verdad incuestionable de que ambos oficios se han enriquecido mutuamente a lo largo de los años; pese a que, como parientes distantes, se miran a veces con reticencia o con cierta desconfianza.
Como escritor de un particular período de entre-siglos era inevitable que el ejercicio intelectual más constante de Darío fuese el periodismo, que a la larga llegó a ser su modus vivendi permanente. Sucede que en literatura hay pocos escritores que logran crear nuevos lenguajes, y como se sabe Darío fue uno de ellos.
Recordemos que, ejerciendo como ejerció una importante influencia sobre otros escritores de su tiempo, él fue, si no el creador, uno de los principales impulsores del lenguaje modernista.
Es obvio que, además de Darío, el modernismo contó con excelentes poetas; sin embargo el lenguaje modernista a la larga logró articularse y llegó a configurar sus principales recursos estilísticos a través de la prosa. Y ese proceso tuvo como cauce más importante el periodismo, especialmente el más versátil de sus géneros: la crónica.
La generación de escritores hispanoamericanos de entre-siglos, es decir, entre los siglos XIX y XX, fue también una importante generación de periodistas. Casi todos ellos cultivaron la prosa con la misma disposición ética y estética con que cultivaron la poesía, y desarrollaron su labor creadora y crítica principalmente en los periódicos.
Pero eso tuvo causas determinadas. A finales del XIX se había producido un proceso que los historiadores califican de profesionalización de la literatura. Como consecuencia de la expansión capitalista, los “hombres de letras” abandonaron, o fueron abandonados, por el tradicional mecenazgo.
Los nobles linajes y otras instituciones antes venerables perdieron predominio, y la división del trabajo obligó a los escritores a insertarse en la economía de mercado, y a empezar a ganarse la vida con su oficio.
Durante ese período los periódicos experimentaron un gran impulso y se convirtieron en la puerta de entrada al mercado para muchos escritores.
Era la primera etapa de modernización o de industrialización del periodismo, en la cual los escritores encontraron espacio no solo para hacer “gimnasia estilística” (como llamó Darío al oficio periodístico), sino para desarrollar la prosa con grandes libertades; aunque pasando miserias debido a la falta de un mercado editorial desarrollado.
Precisamente en las “gimnasias” periodísticas de Darío puede observarse con claridad la profunda e imbricada necesidad de relación, en ambos oficios, con el ejercicio de narrar y con la voluntad constante y sistemática de observar y explicar críticamente los entornos humanos y sus complejas implicaciones.
Fue con el ejercicio del artículo, la reseña crítica, la semblanza, la entrevista y especialmente la crónica, o con la virtuosa combinación de todos ellos, que desde el tiempo de auge de los modernistas el periodismo hispanoamericano empezó a imbricar sus mejores dechados con la historia de la literatura.
La venezolana Susana Rotker ha señalado que la modernidad, la industrialización y el cosmopolitismo sacudieron la conciencia de los modernistas, lo cual, en efecto, no solo se reflejó en su poesía, sino también, y especialmente, en su prosa periodística, en sus crónicas.
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