Llamémosle la revolución latina. O el vuelco hispano. O el seísmo demográfico. No existe el término que designe este fenómeno: la transformación de Estados Unidos en un país donde los blancos de origen europeo dejarán de ser mayoritarios y donde la minoría de origen latinoamericano cambiará para siempre la sociedad, la cultura y la política. Paul Taylor, director de la organización Pew Research Center, tituló La próxima América su libro sobre esta revolución. El demógrafo William Frey titula el suyo La explosión de la diversidad.
El libro de Frey arranca con una fecha clave y un dato: 2011, el año que, por primera vez en la historia, en Estados Unidos nacieron más niños de minorías (hispana, asiática, afroamericana) que blancos de origen europeo.
Cuando dentro de 50 o 100 años se escriba la historia de los años del presidente Barack Obama, los historiadores mencionarán la aprobación de la reforma sanitaria, que amplió la cobertura a millones de personas sin seguro médico. Explicarán que la primera economía mundial salió de la mayor recesión en décadas pero la recuperación fue precaria y dejó un país donde los ricos eran más ricos y a las clases medias le costaba prosperar. Analizarán el papel de las políticas de Obama en la inestabilidad de Oriente Próximo. Y relatarán cómo el deshielo con Cuba y el acuerdo nuclear con Irán alteraron unos equilibrios geopolíticos, en América Latina y en Oriente Próximo, heredados de la Guerra Fría. Si este fuera el resumen, se olvidarían de un hecho clave.
2. El laboratorio de Langley Park
Los Estados Unidos de 2040 —cuando, según las previsiones, los blancos no hispanos dejarán de ser mayoría— son una realidad en los estados más poblados del país, California y Texas, y en ciudades como Nueva York y Miami.Langley Park, una barriada en las afueras de Washington, es otro laboratorio. Aquí ocho de cada diez residentes son hispanos. La inmigración es sobre todo centroamericana. El centro del barrio es La Unión Mall, un centro comercial que alberga tiendas y restaurantes latinos. “Abogado guatemalteco y salvadoreño”, se anuncia un cartel. “Akí express. Envíos semanales. Guatemala y México”, dice otro. En el ventanal de la panadería La Chapina cuelga la foto borrosa de un hombre y el siguiente texto: “Ladrón: si lo ve repórtelo a la policía”.
En la barra de La Chapina, dentrás del ventanal, hay un ordenador, carpetas y formularios. Dos hombres se sientan en la barra. Son Héctor Agustín y Jorge Sactic, ambos guatemaltecos. Agustín, de 40 años, es obrero de la construcción. El 20 de febrero de 2014 cayó de un techo de 5 metros en un edificio de una base militar. Reclama una compensación, pero con su inglés precario tiene difícil realizar los trámites necesarios. “Yo no sé mucho escribir inglés ni leerlo”. Sactic le ayuda. Sactic, de 52 años, llegó cruzando el río Bravo (o río Grande, como se llama en Estados Unidos) por la frontera de Matamoros y Brownsville en 1985. Es el propietario de La Chapina. Y mucho más. Echa una mano a los recién llegados, asesora a los vecinos y se involucra en el activismo comunitario. Los políticos buscan su opinión. Le llaman “El Alcalde”.
“Lo que ayuda, primero, es aprender la lengua. Y un oficio”, dice Sactic. “Esto te va a dar cierta estabilidad económica. Cuando consigues estas cosas, empiezas a ganar más”. La Unión Mall, en Langley Park, es un buen lugar para asomarse al futuro de este país: un máquina de tiempo para entender hacia dónde va la primera potencia mundial. La máquina del tiempo funciona hacia el pasado. La experiencia de los guatemaltecos o salvadoreños que llegan a Langley Park desorientados, sin conocer la lengua y dispuestos a trabajar de sol a sol, se parece a los de los irlandeses, italianos, judíos europeos que llegaron entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. “Los que vinieron mayores piensan en regresar [a su país]”, dice Sactic. El Alcalde habla de los centroamericanos pero podría hablar de centroeuropeos de hace un siglo. “Los que crecieron acá es muy difícil que regresen”.
3. La revolución latina
De los 55 millones de latinos, 38 hablan español en casa. El uso del español se reduce con el paso de las generaciones. El 95% de los latinos nacidos en el extranjero lo hablan en casa y sólo el 60% de los nacidos en Estados Unidos. Aspirantes a la Casa Blanca como el republicano Jeb Bush, casado con una mujer nacida en México, usan el español en sus mítines. Otros, como Julián Castro, secretario de Vivienda, promesa del Partido Demócrata y de ascendencia mexicana, se identifican como latinos pero no hablan español. “En algunas partes del país [el español] sobrevivirá durante un tiempo. Sin duda en Miami o en Los Ángeles o en partes de Texas”, dice por teléfono Frey, adscrito al laboratorio de ideas Brookings Institution. “Mis abuelos hablaban alemán entre ellos. Quizá eran la tercera o cuarta generación [de la familia] en Estados Unidos”.En 2004 el politólogo Samuel Huntington publicó Who we are? (¿Quiénes somos?). El libro era un grito de alerta. Decía que los inmigrantes latinos no se estaban adaptando a la cultura dominante, como habían hecho las oleadas de inmigrantes anteriores, y no parecían dispuestos a renunciar a su lengua y cultura. Esto suponía un riesgo para la identidad de Estados Unidos y la cohesión nacional. “Sin un debate nacional y sin una decisión consciente”, escribía Huntington, “América se está transformando en algo que podría ser una sociedad muy distinta de lo que ha sido”. “Una América bifurcada en dos lenguas y dos culturas”, añadía unas páginas después, “será fundamentalmente distinta de la América con una lengua y una cultura nuclear anglo-protestante que ha existido durante más de tres siglos”.
Se escuchan ecos del apocalíptico Huntington en el discurso contrario a la inmigración del aspirante republicano a la Casa Blanca Donald Trump. “Hay una parte de la población que tiene miedo de este cambio”, dice Frey. “Quieren creer que estamos de nuevo en los años 50, en los que no teníamos mucha inmigración y éramos una potencia industrial. Pero no es posible recrear esto de nuevo”. Frey cree que, con los hispanos, se repite el patrón de otras olas de inmigrantes. También a los irlandeses o italianos se les recibió con sospechas. Algunos también hablaban otras lenguas, como los ancestros de Frey. Estados Unidos les cambió. Y ellos cambiaron Estados Unidos. “Tras una generación o dos", dice, "pasaron a formar parte del país y ayudaron a construir el país y lo que creemos que es la América real”.
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