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sábado, 22 de agosto de 2015

Violencia de género: el rostro que se oculta



El hashtag #NiUnaMenos se ubicó en el primer lugar entre los trending topic del mundo. 

La convocatoria había nacido en el mes de mayo en la Argentina donde la violencia de género alcanza cifras escalofriantes: una mujer es asesinada aproximadamente cada 30 horas. 

La repercusión masiva no solo evidenció la urgente solución a este problema sino que el maltrato a la mujer –psicológico, patrimonial, simbólico, físico y sexual– es algo que aún en pleno siglo XXI se repite con alarmante frecuencia en distintas sociedades, sean las del Primer o Tercer Mundo.


Hace unos meses, la periodista de origen colombiano Carolina Sarassa y la escritora cubana Diana Montané escribieron Dancing on Her Grave: The Murder of a Las Vegas Showgirl, investigación que recrea el caso de Debbie Flores-Narváez, una joven puertorriqueña que fue asesinada por su ex pareja que trabajaba en el Cirque du Soleil. Para borrar las huellas del crimen, el joven la descuartizó. 

Este mes la periodista y escritora venezolana María Elena Lavaud publica la novela Tatuaje de lágrimas, un trabajo que entabla una comunicación intensa con otras obras que tratan la violencia de género. Lo que garantiza la atención del lector a sumirse en la oscuridad y ulterior redención de la protagonista, es que la historia está basada en un caso real.

 Cuando Lavaud conoció a Clarissa supo que ahí había una historia que debía contarse.


¿Cómo una mujer que ha crecido en un hogar rodeada de afecto, con estudios universitarios y madre de dos hijos, tolera la perversidad de un marido al extremo de quedar reducida a un ser frágil de 43 kilos? Para subrayar esta pregunta, este enigma, la autora toma contacto con la verdad de esa existencia –escurridiza, pero no imposible de esclarecer– que ha quedado desplazada por las apariencias de clase social, esa ley que exige guardar la suciedad debajo de la cama.


“He sido la mayor de cuatro hermanos. Ese fue uno de mis calvarios. Siempre dar los ejemplos; siempre ser perfecta; nunca cometer errores. 

Obedecer, hacer lo correcto; cumplir; volver a dar el ejemplo. Qué poco espacio para mí y cuánto me conformé desde siempre. 

¡Qué estupidez!”, afirma Clarissa desde el presente, cuando puede observar lo que fue su catástrofe existencial con la calma que otorga la distancia.


Una vez que se evidencia que Clarissa ha vivido bajo la ley de la exigencia de los otros, para completar el cuadro, Lavaud contrapone la vida de su marido, Marco Lizardi, uno de esos hombres rápidos para los negocios, jugador que siempre pone sus propias reglas, rodeado de un aire de poder oscuro que suele atraer fatalmente a las mujeres.


Marco es un encantador de serpientes, claramente. Un señor al que le dicen “el Italiano”, que golpea dos veces a su presa, pero que sabe extender su mano dulcemente una vez, y basta. Es capaz de llorar como un niño mientras suplica: “Eres mi vida, Clarissa. Tú lo sabes. No puedo vivir sin ti; sin ustedes”.


El proceso de destrucción de Clarissa –el dolor que se clava como un tatuaje en el cuerpo, como recuerda desde el título la novela– desencadena otro: una rebelión, la necesidad de encontrarle a ese dolor una experiencia que la salve, el madero que la sostenga en la tormenta hasta llegar a una isla dorada. 

Es un grito de victoria que otra vez nos recuerda: Ni Una Menos.





Rea
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