Estamos volviendo atrás. Sólo así se explica
que esas activistas presuntamente defensoras de los derechos de la
mujer, agrupadas en un engendro llamado «Femen», sacralicen el aborto,
utilicen como arma el desnudo y adopten un lenguaje corporal tan
agresivo como zafio para exponer sus reivindicaciones. Esto no es
avanzar sino retroceder a marchas forzadas.
Afirmar que «el aborto es sagrado» significa
sencillamente ignorar milenios de civilización. Hacerlo siendo mujer
supone, por añadidura, aceptar mansamente la condición de mera receptora
pasiva en todo lo relativo al sexo secularmente asignada a las féminas
por el machismo más casposo. Porque hicieron falta muchos siglos de
evolución para llegar a la conclusión de que lo sagrado es y sólo puede
ser la vida. Y un ser humano en gestación es portador de una vida
independiente de la de su madre, según ha demostrado sobradamente la
biogenética mucho más allá de cualquier duda razonable. Presentar el
aborto como un derecho inalienable de la mujer equivale a dar por bueno
que la única responsabilidad de un embarazo no deseado recae sobre los
hombros de la mujer embarazada y que su mejor salida a esa situación
dramática es matar a la criatura que crece en su seno. Nada nuevo bajo
el sol. Un regalo envenenado para las beneficiarias de semejante
«derecho» y una auténtica bendición para cualquier hombre reacio a
asumir las consecuencias de sus actos. Ese viaje a un pasado oscuro no
precisaba de alforjas.
Por si la cuestión de fuero no resultara
suficientemente elocuente, la de huevo; es decir, las formas, constituye
otro atentado más contra el progreso. ¿Qué sentido tiene denunciar la
cosificación de la mujer, su utilización como mero reclamo sexual, por
el procedimiento de enseñar los pechos? ¿Qué consiguen estas amazonas
frustradas, sino concitar el desprecio de todos los reaccionarios
predispuestos a desacreditar la causa del feminismo bien entendido y aun
el de muchas otras personas que seguramente se dejarían convencer por
argumentos expuestos con educación y mejor gusto?
Parafraseando a Ortega, no es esto. Nunca fue
esto. No puede ser esto. La causa de la igualdad es demasiado seria para
dejar que se convierta en un espectáculo patético como el protagonizado
días atrás por unas chicas que, evidentemente, no tienen la menor idea
de lo duro que resulta avanzar en un mundo cuyas reglas fueron escritas
por hombres.
Quienes abrazamos en su día el feminismo a
través de nuestras obras, que no sólo de palabra, y otorgamos a ese
término un significado distinto, nos proponemos alcanzar conquistas
mucho más importantes, sin necesidad de quitarnos la ropa. Reivindicamos
el derecho de nuestras hijas a ser madres cuando lo deseen, haciendo
uso de su libertad, sin por ello renunciar a sus carreras profesionales
ni exponerse a ser despedidas. El de nuestros hijos a ser padres
responsables con tiempo disponible para ocuparse de sus pequeños.
Reivindicamos una legislación laboral eficaz, que permita conciliar la
vida laboral con la familiar. Reivindicamos horarios de trabajo
racionales. Reivindicamos normas que faciliten la adopción y
proporcionen ayuda y apoyo a las embarazadas en dificultades.
Reivindicamos salarios iguales por igual tarea y castigos ejemplares
para los empleadores que discriminen. Reivindicamos oportunidades de
ascenso otorgadas exclusivamente en función de la valía personal; o
dicho de otro modo: que el sexo sea irrelevante a efectos laborales.
Este es el feminismo del siglo XXI. Lo demás suena a «déjà vu» muy
rancio.