Aunque el Gobierno de Nicolas Maduro no ha reaccionado con una declaración oficial la explosiva converzacion desvelada por la oposicion
venezolana, que evidencia la fractura de la sucesión de Hugo Chávez
entre un ala procubana y otra militarista, sus primeras decisiones ya se
han hecho sentir. De momento el primer descabezado es el presentador
del programa La Hojilla, Mario Silva, uno de los protagonistas
de la escucha. En la madrugada venezolana del martes el conductor ha
afirmado que su espacio, que se mantuvo al aire durante nueve años,
saldrá de la parrilla de programación del canal Venezolana de Television (VTV) para atender un problema de salud.
En el plano institucional, el Gobierno sí ha conservado su espíritu de cuerpo monolítico haciendo suya quizá la petición de unidad hecha por Hugo Chávez en su última proclama pública. La mayoría chavista en la Asamblea Nacional, que el pasado martes se reunió después de 21 días sin sesiones, tras una reyerta entre diputados, ha negado cualquier posibilidad de referirse el audio dado a conocer el pasado lunes al mediodía.
Mario Silva luce entonces como el gran damnificado. Fue una salida elegante a un escándalo de proporciones que aún están por establecerse, que ha pegado hondo y duro dentro del chavismo, acaso porque revela lo que hasta ahora eran meras especulaciones de analistas y periodistas, y refiere hechos puntuales de corrupción. Silva fue hasta la noche del lunes el presentador estrella de la televisora estatal, un hombre que tenía licencia para asesinar moralmente a los dirigentes políticos, periodistas y activistas opuestos a la llamada Revolución Bolivariana. Las groserías más gruesas jamás dichas en la televisión venezolana se le escucharon a este personaje, un matón en imagen de alta resolución con privilegiados contactos en los servicios de inteligencia venezolanos y cubanos que le permitían presumir de una habilidad de investigador.
La Hojilla era el programa favorito del presidente Hugo Chavez. A menudo el comandante presidente solía llamar para dar alguna noticia, o para aupar a Silva en su labor de destructor de credibilidades ajenas. A cada ataque o queja de la oposición Chávez respondía con un “Mario, siga investigando”. Ese espacio, que comenzó criticando la cobertura de los medios privados, se convirtió en la arena donde se linchaba sin piedad: por allí pasaron Miguel Henrique Otero, presidente editor del diario El Nacional, a quien llamó “hijo de puta”; el excandidato Henrique Capriles Randoski al que calificó de “asesino” por las muertes ocurridas después del anuncio de los estrechos resultados de las elecciones del 14 de abril; la diputada María Corina Machado, cuya conversación con su madre fue editada para hacer ver que el atentado que sufrio en el 23 de enero durante las primarias de la oposición fue una mentira orquestada por su equipo; o el exdirector de Globovisión, Alberto Federico Ravell, presentado a la audiencia como un narcotraficante.
La oposición, que solía descalificar todo lo dicho por Silva, ha pedido ahora que el Gobierno investigue lo que se escuchó en el audio. El diputado Ismael García aseguró que al margen de creer o no al conductor, el Ejecutivo estaba obligado a comprobar cuán ciertas son esas revelaciones, hechas a un presunto oficial cubano del servicio de contrainteligencia llamado Aramis Palacios. Entretanto, Capriles dijo que al escuchar todo lo que se decía, se persignó. “¿En manos de quién está este país?”, se preguntó. “Es un botín que se están repartiendo. Esto no es solo un problema económico, sino una profunda crisis moral”, comentó.
La noche del lunes Silva estaba iracundo. Calificó “como un montaje” el audio presentado por la opositora Mesa de la Unidad, dijo estar a disposición de las autoridades locales para cualquier investigación y reiteró su apego al gobierno de Maduro. “Verdugo no pide clemencia y si tengo que inmolarme por la Revolución Bolivariana lo haré con mucho gusto, Si algo me enseñó mi comandante eterno Chávez fue a no ser cobarde”.
Contra su costumbre, Silva prefirió leer su comunicado. Sus últimas palabras en el plató fueron el preludio de una despedida que se antoja definitiva. “Hoy más que nunca siempre con Chávez y Maduro. Hasta la victoria siempre, patria socialista o muerte. Venceremos.
En el plano institucional, el Gobierno sí ha conservado su espíritu de cuerpo monolítico haciendo suya quizá la petición de unidad hecha por Hugo Chávez en su última proclama pública. La mayoría chavista en la Asamblea Nacional, que el pasado martes se reunió después de 21 días sin sesiones, tras una reyerta entre diputados, ha negado cualquier posibilidad de referirse el audio dado a conocer el pasado lunes al mediodía.
Mario Silva luce entonces como el gran damnificado. Fue una salida elegante a un escándalo de proporciones que aún están por establecerse, que ha pegado hondo y duro dentro del chavismo, acaso porque revela lo que hasta ahora eran meras especulaciones de analistas y periodistas, y refiere hechos puntuales de corrupción. Silva fue hasta la noche del lunes el presentador estrella de la televisora estatal, un hombre que tenía licencia para asesinar moralmente a los dirigentes políticos, periodistas y activistas opuestos a la llamada Revolución Bolivariana. Las groserías más gruesas jamás dichas en la televisión venezolana se le escucharon a este personaje, un matón en imagen de alta resolución con privilegiados contactos en los servicios de inteligencia venezolanos y cubanos que le permitían presumir de una habilidad de investigador.
La Hojilla era el programa favorito del presidente Hugo Chavez. A menudo el comandante presidente solía llamar para dar alguna noticia, o para aupar a Silva en su labor de destructor de credibilidades ajenas. A cada ataque o queja de la oposición Chávez respondía con un “Mario, siga investigando”. Ese espacio, que comenzó criticando la cobertura de los medios privados, se convirtió en la arena donde se linchaba sin piedad: por allí pasaron Miguel Henrique Otero, presidente editor del diario El Nacional, a quien llamó “hijo de puta”; el excandidato Henrique Capriles Randoski al que calificó de “asesino” por las muertes ocurridas después del anuncio de los estrechos resultados de las elecciones del 14 de abril; la diputada María Corina Machado, cuya conversación con su madre fue editada para hacer ver que el atentado que sufrio en el 23 de enero durante las primarias de la oposición fue una mentira orquestada por su equipo; o el exdirector de Globovisión, Alberto Federico Ravell, presentado a la audiencia como un narcotraficante.
La oposición, que solía descalificar todo lo dicho por Silva, ha pedido ahora que el Gobierno investigue lo que se escuchó en el audio. El diputado Ismael García aseguró que al margen de creer o no al conductor, el Ejecutivo estaba obligado a comprobar cuán ciertas son esas revelaciones, hechas a un presunto oficial cubano del servicio de contrainteligencia llamado Aramis Palacios. Entretanto, Capriles dijo que al escuchar todo lo que se decía, se persignó. “¿En manos de quién está este país?”, se preguntó. “Es un botín que se están repartiendo. Esto no es solo un problema económico, sino una profunda crisis moral”, comentó.
La noche del lunes Silva estaba iracundo. Calificó “como un montaje” el audio presentado por la opositora Mesa de la Unidad, dijo estar a disposición de las autoridades locales para cualquier investigación y reiteró su apego al gobierno de Maduro. “Verdugo no pide clemencia y si tengo que inmolarme por la Revolución Bolivariana lo haré con mucho gusto, Si algo me enseñó mi comandante eterno Chávez fue a no ser cobarde”.
Contra su costumbre, Silva prefirió leer su comunicado. Sus últimas palabras en el plató fueron el preludio de una despedida que se antoja definitiva. “Hoy más que nunca siempre con Chávez y Maduro. Hasta la victoria siempre, patria socialista o muerte. Venceremos.