Es de madrugada, la casa está en calma, su
mamá duerme. Carolina Ortega no puede creer lo que vivió durante el
día. No tiene sobre la mesa de luz un diario íntimo y una birome;
su medio, su compañero, su adicción es
Twitter.@ComandoCarolita teclea en su teléfono mensajes de no
más de 140 caracteres:
Carolina tiene 36 años y es asesora del diputado nacional Felipe
Solá desde hace cuatro. En el trayecto casi no miró al taxista, se
la pasó hablando por teléfono. Al comando radioeléctrico de
Burzaco, a compañeros de trabajo, al propio Solá; también su
hermana Gimena y su tío la llamaron. A todos les narró el difícil
momento que había pasado su mamá, a la que acababan de asaltar,
cuenta Carolina a LA NACION. "Relaté todo en detalle, di
nombres de mi familia mientras iba en el taxi. En ningún momento
miré la cara del taxista".
Ahora que pasaron ya varios días, Carolina repasa lo vivido cada
minuto, recupera imágenes, sensaciones. "Conozco la zona",
repite ella aquellas palabras del hombre al volante. "Claro, si
vivió ahí durante siete años, si recorrió mil veces la calle en
donde vivió siempre mi madre, en donde nacimos nosotras. Cómo se va
a perder en esa diagonal que corta el ferrocarril". Pero
entonces, ella sólo se limitaba a hablar por teléfono, a recibir
llamadas, cada tanto miraba por la ventana. Notaba que el taxista
estaba algo nervioso: fumaba sin parar, iba a toda velocidad, tocaba
bocina en cada semáforo. "Volábamos en el auto. Pensé que iba
rápido, que me estaba haciendo un favor después de lo que había
escuchado del robo".
Esos minutos vuelven. Lo que podría haber dicho o hecho. "¿Qué
hago", se preguntó en esos instantes. Hablar, insultar, bajarse
del auto, llorar. "Pensé en bajarme. Enseguida me dije que no,
que si el destino nos había puesto ahí en ese momento era por
algo", dice Carolina. "El faltó un montón de tiempo de mi
vida, pero si mis viejos se hubieran separado bien seguramente lo
hubiera llamado para contarle lo del robo de mi madre, para que me
acompañara. Y ahí estaba. Necesitaba auxiliar a mi vieja y él me
ayudó".
Eso cree Carolina. Que la cara los vendía. Que él no pudo no
darse cuenta, pero que, como ella, no supo qué decir. Callaron.
Luego de eso, Carolina decidió contarles a su mamá y a su
hermana lo que había vivido la noche del robo, ahora convertida en
la noche en que se cruzó con su papá después de tres décadas.
"Las invité a tomar algo en un bar y les conté. Mi hermana se
emocionó; mi mamá dijo que sabía que tarde o temprano nos íbamos
a cruzar con él". No dijeron más.
En Twitter, el medio que Carolina eligió para exorcizar su
experiencia, sí se habló, sí se dijo. Hasta cinco días después
se siguieron tuiteando comentarios sobre esta historia, que tuvo más
de 7000 lecturas. "Me llegaban mensajes desde Miami, España,
Ecuador y Colombia. La mayoría se mostró sorprendida, otros lo
veían como una señal que en medio de tanto conflicto; una chica de
Washington me contó que le pasó lo mismo con su mamá; un colega
dijo que el otro día vio en la calle a su hijo de 14 años al que no
veía desde bebe; una mamá me dijo que a sus hijos les pasa lo mismo
con su padre, al que no ven desde hace décadas". Son las
historias que recuerda de los cientos de intercambios que se
generaron en la web.
A ella no la asusta la exposición, tener este diario colectivo.
"Soy una usuaria demasiado activa de Twitter", reconoce.
"Como era de madrugada y no tenía con quién hablarlo en ese
momento lo compartí, no pensé que fuera a generar tantos
comentarios", dice Carolina, que tiene más de 4300 seguidores
en esa red social. "Con esto comprobé que las historias de vida
se repiten y que hay mucha necesidad de expresarse".