Vestido impecablemente de traje verde olivo y corbata negra, coronado con su emblemática boina roja, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, luce un rostro sereno aún con el rigor de la muerte, tras el cristal del féretro situado hoy en el salón de honor de la Academia Militar.
Una bandera venezolana cubre la caja de madera flanqueada por una guardia de honor del Ejército, la Armada, la Aviación y la Guardia Nacional. A la cabeza una gran cruz dorada. A sus pies una espada de oro, símbolo del Libertador Simón Bolívar. Una vela, a un costado, no para de titilar.
Abierta la urna hasta la mitad de su cuerpo, se aprecia sobre su abdomen una banda roja que en letras bordadas con hilos dorados forman la palabra “Milicia”, un cuerpo de 120.000 civiles en armas, que él formó. No es fácil reparar en los detalles, son cientos de miles los que están afuera esperando su turno.
Uno a uno vamos pasando tras horas de interminables fila al inmenso salón. En torno a las diez y media de la mañana, la cola más multitudinaria ya superaba los tres kilómetros, según una estimación.