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domingo, 24 de marzo de 2013

Los religiosos israelíes gozan de unos privilegios que ahora peligran tras su derrota en las últimas elecciones

Un judío ultraortodoxo incentiva a los más jóvenes
Tras las últimas elecciones en Israel, en las que los partidos ultraortodoxos han sido los mayores perdedores, la atención pública se ha fijado en esta comunidad, que desde la fundación del país ha gozado de ciertos privilegios, que en Israel son exigidos a rajatabla al resto de la sociedad, como el servicio militar obligatorio. Ahora que los principales partidos ultraortodoxos, Shas y Judaísmo y Torá Unidos han pasado a la oposición, al no haber llegado a un acuerdo para entrar en la coalición del primer ministro Benjamín Netanyahu, tendrán que hacer frente al mayor tijeretazo de sus privilegios que se ha visto en el país.
Las protestas sociales de 2011 hicieron que cientos de miles de israelíes comenzaran a preguntarse por qué esta comunidad, que forma el 10 por ciento de la población, conseguía zafarse de la carga militar y económica que recaía en la clase media. Estas demandas alzaron al reclutamiento de los ultraortodoxos como tema principal de la agenda política de los partidos Yesh Atid (Hay Futuro) y Bait HaYehudi (Hogar Judío), que han puesto especial énfasis en las hasta ahora, intocables prebendas de los ultraortodoxos.
Además de la exención del servicio militar, tienen su propio currículo escolar en el que muchas veces las matemáticas, ciencias y otras asignaturas básicas se obvian.
Hay Futuro y Hogar Judío han prometido que desde el gobierno acabarán con estas prerrogativas que mantienen a un porcentaje de la población apartada del resto de la sociedad.
Según Shas, Hay Futuro y Hogar Judío, no le han dado a los partidos religiosos ninguna opción de entrar en la coalición ni en el nuevo gobierno.

«Lo dejaron bien claro desde el principio de las negociaciones para la coalición, que no querían un gobierno con partidos religiosos», comentó un alto cargo de Shas. «Accedimos a todas sus demandas, incluyendo la ley que quieren pasar para que todos los ultraortodoxos hagan la mili, pero cuando vieron que accedíamos, las endurecieron más. Simplemente, han discriminado a los jaredí (ultraortodoxos)».
Enfrentados a la crítica nacional y la presión política para que se incorporen al servicio militar y al mercado de trabajo, los jaredí tienen que plantearse una profunda transformación que les integre en la sociedad israelí.
Ya en 1948, con la independencia, el padre fundacional de Israel, Ben Gurión, recelaba de los privilegios que se acordaron con los pocos cientos de jaredí que vivían por aquel entonces en Israel. Lo que no se sospechaba era que multiplicarían su número hasta llegar al 10 por ciento de la población.
Por desidia o temor ante el peso político de los partidos religiosos, cada gobierno desde entonces ha preferido escurrir el bulto y dejarles hacer.

Ella trabaja, él estudia

«Nosotros somos el pilar del judaísmo, lo que mantiene este país», comentó a ABC, Goldie, una mujer Haredí de 40 años, en su oficina de Jerusalén, tras pedir permiso a su marido para ser entrevistada. «En todos los países hay gente que va al ejército y otros que no. Para nuestra comunidad ir a la Yeshiva (escuela talmúdica), es un honor y un deber, por que los hombres rezan para salvar el país por ejemplo, ante una guerra». Goldie, como muchas mujeres de su comunidad, trabaja a tiempo completo y mantiene una casa con 10 niños, mientras su marido estudia la Torá en una Yeshiva.
Para ella esto no es sólo la norma, sino que además es un privilegio ya que su marido se convertirá en un erudito respetado y muy probablemente en un rabino. «Tengo seis hermanas más, y sus maridos tampoco trabajan, pero ellos tienen una misión al estudiar la Torá. Mi marido estudia desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche y llega rendido a casa».
Otra de las críticas de los partidos políticos y de la mayoría de la sociedad israelí es la apatía de esta comunidad para incorporarse al mercado laboral. Incluso cuando hay interés por su parte, el acceso a puestos de trabajo competitivos es muy reducido ya que su limitado sistema de enseñanza frustra el acceso a la universidad a aquéllos que desean una formación académica. «Yo estoy muy contento de que no estén en el gobierno, primero por que la religión no debería tener nada que ver en un gobierno y por que ya era de que alguien moviera un dedo para poner orden en ese gallinero», explicó Adam S., un israelí de Tel Aviv, que aseguró haber votado a Hay Futuro.