Kevin Ayers, una de las voces más singulares del pop británico de las últimas décadas, ha muerto en Francia a los 68 años, según confirman diversos medios británicos, después de que el respetado crítico de The Guardian, Alexis Petridis diese la noticia en Twitter. Su participación en la primerísima formación de Soft Machine ya sería suficiente para otorgarle un puesto en la historia del rock. Pero es que además su carrera en solitario dibujó con esa voz de baritono y desde la épica del expatriado un fascinante y marginal acercamiento a la canción de autor pasada por el tamiz de la psicodelia. “El talento de Kevin Ayers es tan afilado que podría servir para una operación de cirugía ocular", dijo en cierta ocasión John Peel, tal vez el locutor radiofónico musical más famoso de todos los tiempos.
“La gente bien hace cola para hundirse / Esperan a que el salvavidas se ponga su corona / cuando no saben que está en la otra parte de la ciudad”, cantó el aludido en Song for Insane Times, canción para aquellos, y estos, y para todos los tiempos enfermos. El tema estaba incluido en Joy of a Toy, debut en solitario con el que Ayers se sacudió la tristeza de su despedida de Soft Machine, banda en la que también hacía las veces de bajista y que abandonó al término de una gira desquiciante por Estados Unidos del grupo como telonero de Jimi Hendrix.
Ayers había formado Soft Machine (tras el experimento de Wilde Flowers) junto al batería Robert Wyatt y Daevid Allen, más tarde líder de Gong. Entonces, los tres solo eran unos adolescentes ingleses de vacaciones mentales en Deià, Mallorca, y la primera mujer del padre de Wyatt era secretaria de Robert Graves.
El batería y Allen habían conocido en realidad en el colegio Simon Langton Grammar School for Boys, en el condado de Kent, centro para los hijos de los profesionales liberales de cierta progresía, que se sacudía en aquellos años las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. En esa escuela nació eso que se dio en llamar el sonido de Canterbury, mezclaba la libertad del jazz con la sensibilidad del folk e incluyó la música de Nick Drake, Caravan, Camel, Egg, Gong, The Fairport Convention, Hatfield & the North o nuestros Soft Machine.
La negación de un visado obligó a Allen a quedarse en París, donde la banda había devenido el grupo oficial de la Internacional Patafísica y de otras revoluciones estéticas del situacionismo. Ayers compartió las tareas vocales con Wyatt antes de abandonar el grupo tras el magistral debut, que titularon 1 a secas, en una costumbre, emplear los ordinales, que se mantendría como un sello de la banda. “Hace poco vi a Kevin Ayers. Estuvo muy bien. Aún siento nostalgia de aquellos días en Deià. Los dos solos. Éramos jóvenes, entusiastas, estábamos borrachos y era maravilloso”, explicó Wyatt a EL PAÍS recientemente.
Después aquel Joy of a toy, y de sus escarceos al lado de Mike Oldfield (que firma como un anónimo guitarrista en sus primeros discos, antes del bombazo de Tubular Bells) vendrían 16 discos más, que incluyen títulos como el sensacional Whatevershebringswesing, Bananamour, The Confessions of Dr Dream and Other Stories, Falling Up, o aquel que Ayers grabó en 1974 en directo en el parisiense Bataclan junto a Nico, Brian Eno y John Cale. El último, titulado Unfairground y publicado en 2007, contó con la colaboración de bandas anglosajones jóvenes, dispuestas al reverenciado reconocimiento al pionero, y de sus antiguos compañeros de correrías Robert Wyatt y el bajista Hugh Hopper, fallecido en 2009.
Ayers pasó las últimas décadas de su vida como un refinado exiliado, esa mezcla de expatriado vocacional y hippie que parece definitivamente cosa del pasado. Ibiza o el norte de Francia fueron algunos escenarios de su despreocupada existencia.