Entre los setenta cardenales que asistían en primera fila a la última audiencia general, más de uno arqueó las cejas cuando el Papa dio las gracias «ante todo, a mi secretario de Estado, que me ha acompañado con fidelidad en estos años». Nadie duda de la fidelidad del cardenal Tarcisio Bertone, pero muchos cuestionan su capacidad pues la Curia vaticana no ha estado a la altura de este Papa que se despide como un «gentleman» pidiendo un aplauso para su equipo.
Había pleno acuerdo, en cambio, en el homenaje que Benedicto XVI rindió a los héroes anónimos de la maquinaria vaticana: «A tantos rostros que no salen a la luz, que permanecen en la sombra, pero que precisamente en el silencio, en la dedicación cotidiana con espíritu de fe y de humildad, han sido para mí un apoyo seguro y fiable».
En esa categoría figuran una docena de españoles que ocupan puestos de segundo y tercer nivel en el organigrama de la Curia. Y que, a diferencia de personajillos vanidosos y ególatras, han volcado toda su energía anónima para que brille este Pontificado.
Los cardenales de grandes metrópolis a lo largo del mundo tienen muchas quejas de una cúpula vaticana que ha generado demasiado desorden y ha gobernado con demasiada frecuencia «a la italiana» en asuntos de extrema gravedad.
Pero tampoco es oro colado todo lo que llega de allende los mares. Entre los setenta cardenales que ayer acompañaban al Papa estaba el arzobispo emérito de Los Ángeles, Roger Mahony, que quizá hubiera prestado un servicio mejor quedándose en su casa.
Tanto su sucesor al frente de la diócesis de Los Ángeles, el arzobispo José Gómez, como el presidente de la conferencia episcopal norteamericana, cardenal Timothy Dolan, apoyan el derecho de Mahony a participar en el Cónclave. Quizá su presencia ayude a consensuar una línea de mayor energía respecto a los obispos que no han sabido afrontar el problema de los abusos sexuales. Un poco más allá, el cardenal de Boston, Sean O’Malley, escuchaba pensativo las palabras del Papa. El discreto cardenal capuchino es el mayor especialista mundial en hacer limpieza en una diócesis tras otra contagiadas por esa lacra. A algunos les gustaría que viniese a Roma para limpiar la Curia de organismos inútiles y «carreristas» parasitarios.
Entre los «grandes electores» se contaba el cardenal español Julián Herranz, a quien algún purpurado desearía elegir Papa aunque tenga ya 82 años. Es un sueño imposible, pero refleja el deseo de una mano enérgica que enderece la Curia en la línea de premiar a los eficaces y expulsar a los inútiles. El cardenal andaluz, investigador del caso «Vatileaks» y encargado de clarificar dudas sobre ese tema en el pre-Cónclave, se limitaba a decir que reza «para que los cardenales electores reciban la ayuda del Espíritu Santo».
Otro de los «grandes electores» presentes en la despedida de Benedicto XVI era el cardenal de Viena Christoph Schoenborn. Muchos cardenales querían elegirle Papa en el 2005, pero el dominicano vienés se dedicó a traspasar los votos hacia su «maestro» Joseph Ratzinger. Ahora tiene 68 años y se siente demasiado viejo. Pero la persona para quien pida el voto puede salir del Cónclave vestido de blanco.
La «Sede vacante» que comienza mañana trae un saludable efecto igualador entre los cardenales de la Curia y los de las grandes sedes metropolitanas a lo largo del planeta.
Los cardenales de Madrid, Antonio María Rouco Varela, y de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, escuchaban ayer en silencio a Benedicto XVI. A partir del viernes les tocará tomar vigorosamente la palabra. En Roma se espera con interés la llegada del cardenal Carlos Amigo Vallejo para completar el equipo de cinco electores españoles junto con los cardenales «romanos» Antonio Cañizares, prefecto del Culto Divino, y Santos Abril, arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor.