La feroz impetuosidad de Rafael Correa y la interpretación británica del derecho internacional podrían haber condenado a prisión indefinida a Julian Assange en las escuetas dependencias de la Embajada ecuatoriana en Londres; a un tiro de piedra de Harrods, para que el fundador de Wikileaks vea lo que se pierde.
Este es un conflicto de tres actores y un cuarto en compás de espera: Ecuador que ha dado asilo a Assange; Gran Bretaña que asegura que la extradición a Suecia del anarquista digital prevalece sobre los usos diplomáticos; la Justicia sueca que lo quiere juzgar acusado de delitos sexuales; y Estados Unidos que lo haría si pudiera por violación de secretos de Estado. Y la Revolución Ciudadana del presidente ecuatoriano es de todos ellos el factor desencadenante de una creciente tensión internacional, que sorprende en un país al que se suponía alejado de esas preocupaciones mundiales.
Este es un conflicto de tres actores y un cuarto en compás de espera: Ecuador que ha dado asilo a Assange; Gran Bretaña que asegura que la extradición a Suecia del anarquista digital prevalece sobre los usos diplomáticos; la Justicia sueca que lo quiere juzgar acusado de delitos sexuales; y Estados Unidos que lo haría si pudiera por violación de secretos de Estado. Y la Revolución Ciudadana del presidente ecuatoriano es de todos ellos el factor desencadenante de una creciente tensión internacional, que sorprende en un país al que se suponía alejado de esas preocupaciones mundiales.