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sábado, 25 de agosto de 2012

LICENCIA PARA FORNICAR TIENE EL PRINCIPE


No fue como lo del elefante y el Rey. La última travesura del príncipe Harry de Inglaterra –desnudo en la suite de un hotel en Las Vegas, mujeres desnudas, fotos– no ha desatado indignación general entre los súbditos de su abuela, Isabel II. Sí algún que otro columnista ha hablado del “daño” a la imagen de la familia real, de lo “embarazosas” que fueron las fotos y tal y cual, pero ni ellos se lo creen; se trata de la antigua práctica comercial de los tabloides ingleses de generar polémica donde no la hay.
Porque –realmente– no la hay. En vez de indignación, la reacción de la gran mayoría de la población, podemos estar seguros, ha sido una leve sacudida de la cabeza y una sonrisa; un cierto afecto también –incluso un pelín de orgullo–, tipo: “¡Ese es nuestro chico!”.
Si hay una cosa que los ingleses aman es la tradición. Lo vimos en el jubileo de la reina hace un par de meses; lo vimos en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres, una celebración de la historia de Inglaterra. Los príncipes escandalosos también son tradición. Para un heredero a la corona es casi obligatorio, casi parte del deber institucional, participar en fiestas desenfrenadas, emborracharse a lo loco y acumular líos sexuales, preferiblemente con plebeyas.
¿Humanizan las juergas de Harry a la familia real británica? Los escándalos del príncipe son tradición. 
The Times de Londres, señalando que las andanzas de Harry “humanizaban” a la familia real, recordó esta semana el comportamiento de un par de príncipes en los siglos XIV y XV, y el de otro en el siglo XVIII. Shakespeare retrata en una de sus obras al príncipe Hal, que acabaría siendo Enrique V, como un libertino que bebía con colegas proletarios y fraternizaba con mujeres del bajo mundo en los pubs del decadente este de Londres. Un escritor francés describió al que sería Enrique IV como un joven que “pensaba solo en les dames”. Cuando el “príncipe regente” inglés fue presentado en 1795 a la mujer con la que estaba obligado a contraer matrimonio, se emborrachó hasta “que se quedó ciego”, cuenta The Times, y pasó su noche de bodas inconsciente con la cabeza metida en la chimenea del dormitorio.
Pero la verdad es que no hay que ir tan lejos para encontrar ejemplos reales de esta naturaleza; y tampoco hay que limitarse a pensar que solo los del lado masculino de la aristocracia inglesa participaban en la juerga. Antes de casarse con un fotógrafo, la hermana menor de la actual reina, la princesa Margarita, frecuentaba clubes nocturnos londinenses donde bebía y bailaba hasta la madrugada. Después de casarse, tuvo affaires con un jardinero y, entre otros (según se ha publicado), con un señor que robó un banco londinense. Tenía una casa en la isla caribeña de Mustique, donde no sé con exactitud lo que hacía, pero una pista la dio una serie de fotos que la misma princesa hizo de tres hombres –al menos uno de ellos su amante– completamente desnudos.


Portada del tabloide británico 'The Sun' / Ap
Tampoco hay que olvidar el caso del actual heredero al trono, el príncipe Carlos, enamorado locamente toda su vida, incluso durante su desafortunado matrimonio, de su actual esposa, Camilla Parker Bowles. Recordemos, como contamos en este diario el año pasado, que la relación entre los dos comenzó en 1970 cuando ella le comentó: “Mi bisabuela y tu ­bisabuelo fueron amantes. ¿Qué te parece? ¿Cómo lo ves…?”.
Podríamos, en resumen, escribir un libro (aunque seguro que ya se ha hecho) sobre la noble tradición en la que se enmarcan las últimas diabluras de Harry. No puede haber duda de que él conoce la tradición perfectamente bien. Como el resto de su familia, sabe de historia –al menos, la de los reyes y las reinas–. Tiene que tener muy claro el papel que se le exige como príncipe. Siendo no primero ni segundo, sino tercero en línea a la corona, la exigencia de ser un vividor es aún mayor. Lo que quizá explica por qué las fotos de Las Vegas han salido a la luz, publicadas el viernes en el sensacionalista The Sun. Las fotos las sacó con un teléfono móvil una persona presente en la habitación. Se puede suponer que si tanto le preocupaba a Enrique su posible publicación –viral en Internet, por supuesto–, podría haberle arrancado el móvil a su compañera de orgía y borrado las fotos; o haberle pedido a uno de sus guardaespaldas que lo hiciera.
No le causaron mayor problema, pese a los gemidos de algunos funcionarios de palacio, ya que en el fondo intuía que sus compatriotas le perdonarían y que bastantes de ellos, incluso, le aplaudirían. Independientemente de su frenética vida privada, el príncipe Harry sabe además que goza del cariño de los ingleses. Cumple sus obligaciones formales como embajador de la reina con el debido encanto y cortesía. Su naturalidad, su trato respetuoso, su predisposición a bailar en público con los nativos –o nativas– cautivó tanto a los públicos de Jamaica y Brasil como a los británicos durante las visitas oficiales que hizo a aquellos países a principios de año. Desnudo o vestido, tiene mucho crédito acumulado el príncipe Harry. Tiene licencia para fornicar.

¿Humanizan las juergas de Harry a la familia real británica? Los escándalos del príncipe son tradición.