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sábado, 7 de julio de 2012

RELATO y Frustraciones de un discotequero

Soy un técnico de computadoras de 32 años, simpático y bien parecido, y como estoy felizmente soltero –a Dios gracias-, estoy en completa libertad, Eso sí, no soy un irresponsable. Durante los días de semana, me concentro ‘fulltime’  en mi trabajo. Pero cuando llega el viernes…
Soy discotequero. No me gusta echarme flores yo mismo, pero sí le aseguro, les aviso, que rara vez pasa un viernes que yo no ‘levante’  a una jeva nueva, bailé con ella un par de horas y terminemos en un pleno acto de amor. Sin ataduras: la pasamos bien, nos despedimos con un besito y un apretón de manos. Amigos. A veces nos intercambiamos los numeros de teléfono, pero todo eso es como parte de un ritual. Los dos sabemos que jamás vamos a llamarnos y que la cosa termina ahí. A menos, claro está, que otro viernes volvamos a encontrarnos en la misma discoteca y los dos sentimos ganas de reanudar nuestra amistad.
Bueno, pues un viernes reciente comenzó como un viernes más. Temprano en la noche, para llenar el tanque, unos panas y yo acudimos a un negocio de comida rápida especializado en pollo, y allí, para ir calentando los motores, flirtee un poco con esta Jeva, la rubita muy bonita que me atendió en la caja. “Me das el combo número tres, con un jalapeño, para aquí, y tu sonrisa para llevar”, le dije. Cuál no sería mi sorpresa, por lo tanto, cuando, par de horas después, ya en la disco, uno de los panas me dio codazo en el costado y me dijo: “Mira quién está allí”.
En efecto, era la misma Jeva del negocio de comida rápida, pero con una diferencia: había trocado su uniformito color marrón por un vestidito matador. Claro que la saqué a bailar -ella se acordaba perfectamente de mí- y luego nos pasamos el resto de la noche compartiendo como si nos hubiéramos conocido toda la vida.
En fin, cuando llegó la hora de despedirnos… no nos despedimos. Al menos hasta par de horas más tarde, cuando ya amenazaba con salir el sol.
Al día siguiente, me sentí como uno se siente siempre después de una noche de diversión en la que todo sale bien. Todo ‘cool’. Pero esta vez yo sentía algo raro también. Algo especial. Tenía ganas de volver a ver a esa Jeva. Claro que me dije que eso era natural, pero que yo no estaba para enredarme en una relación más seria en esos momentos. Así, me comprometí conmigo mismo a dejar pasar un par de días, para que bajara la marea. En dos días, me dije,  quizá ni me acordaría de ella.
Pero no fue así. Ese jueves me di cuenta de que me pasaba todo el tiempo pensando en esa Jeva.
Enconces decidí que no había otro remedio: la llamaría al numerito que me había dictado a toda prisa cuando nos despedíamos, y yo había grabado en mi celular como tantas veces antes había grabado números que al par de días decidía borrar.
Marqué. No contestó nadie.
Pero todavía me quedaba una carta de triunfo. El viernes, temprano en la noche, regresé al negocio de comida rápida donde la había conocido, a esa misma hora, el viernes de la semana anterior. Pero ella no estaba allí. Cuando pregunté por ella, uno de los empleados recordó que había renunciado a principios de esa semana.
Un tipo, que al parecer administraba el negocio, agregó: “Es una pena, porque esa empleada trabajaba de lo más bien. Pero hay muchas chicas así, que uno no extraña hasta que sabe que no las va a volver a ver”.
Admito que me puse un poco triste, pero entonces me encontré con los panas y nos fuimos todos a la disco, alli estaba ella con otro chico.