Una infancia colonial, el éxito en el cine, la explotación del "mito erótico" y una vida de leyenda es el legado de Claudia Card
inale, una de las actrices más aclamadas del siglo XX que también sufrió el peso del machismo del cine, al que enfrentó con su inquebrantable y famosa rebeldía.
La estrella de la gran pantalla desde su debut cinematográfico a los 14 años, interpretó numerosos papeles de mujeres tanto de clase trabajadora como burguesas sin perder jamás su modestia.
Sin embargo Cardinale logró irrumpir en el mundo del cine coronándose en un concurso de belleza que tenía como premio un billete para la Mostra de Venecia y su paso por el certamen encantó a todos.
Apodada como la "prometida de Italia" o "la italiana más bella de Túnez", fue musa de directores como Luchino Visconti, Federico Fellini y Luigi Comencini. Comenzó a dejar huella en una generación de cinéfilos con su belleza e intensidad.
De este modo, aquella muchacha tunecina de orígenes italianos decidió apostar por el país de sus ancestros y volar a Italia, donde debutó en una de las comedias más reconocidas, I soliti ignoti (1958) de Mario Monicelli.
Pero cuando empezaba a saborear las mieles del éxito, su vida se vio marcada por un hecho doloroso: una violación de la que se quedó embarazada. Claudia tuvo que tener a su hijo, llamado Patrick, a escondidas en Londres y fingir que el niño era su hermano.
Tras superar el traumático episodio, comenzó su época dorada. A los maestros italianos del cine no les quedaba más remedio que repartirse a la deslumbrante icono de belleza mundial en sus rodajes.
Después aterrizó en Hollywood pero, pese a su acogida como amiga de Alfred Hitchcock, Barbara Streisand o Steve McQueen, nunca llegó a sentirse como en casa: "Yo me siento europea y en Europa quiero vivir", decidió, tal y como reconoció en una entrevista después.
Trabajó en Circus World (1964) con John Wayne y Rita Hayworth, en Blindfold (1965) con Anthony Quinn y en I professionisti (1966) volvió a toparse con Burt Lancaster, con quien había bailado arrebatadoramente en la monumental película de Visconti.
Las primeras reacciones a su fallecimiento no se hicieron esperar, como la de David Lisnard, alcalde de la localidad francesa de Cannes, famosa por acoger cada año el prestigioso festival que entrega la Palma de Oro.
"Su talento solo era comparable a su ardiente belleza. Su carrera fue en sí misma una obra maestra. Claudia Cardinale deja una huella indeleble en la historia del cine y, por lo tanto, intrínsecamente, en la de Cannes", ha indicado Lisnard en su cuenta de X, en un mensaje en el que recordó también que la actriz protagonizó el cartel de la edición 70 del festival.
A través de su larga existencia, nunca demostró tibieza y defendió múltiples causas, desde la defensa del medio ambiente o la lucha contra la violencia machista, y para ello creó su fundación.
Sus últimos años los ha pasado en París, adonde voló espantada por unos "paparazzi" que no le dieron nunca tregua en las calles de Roma, mostrando nuevamente que la indómita Claudia Cardinale no temía a los cambios si en juego estaba su libertad.
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